Uno de los aspectos de los Días de Muertos que pocas veces se menciona, es el de la concepción mesoamericana de la muerte como renovación. La creencia compartida por las civilizaciones del México antiguo ubicaban al Mictlán, o reino del inframundo, no sólo como el lugar de residencia de los espíritus de los muertos, también como el de la creación de todos los dones y los sustentos al cual llegaban las almas después de pasar, precisamente, por el Mictlán, que equivalía a la noción del Purgatorio en la tradición judeo-cristiana.

En los pueblos de casi todo México existen leyendas sobre el llamado “Paraíso de Tláloc” o Tlalocan, “el lugar de origen de todas las semillas y todos los sustentos”. Con la evangelización se transformó en la leyenda de El Encanto, y a quienes ahí habitan se les llama “los encantados”, raíz original del juego infantil del mismo nombre. En la tradición oral de los pueblos se sostiene que cada población de origen indígena tiene en las cercanías su cerro principal en cuyo interior está su respectivo Encanto. La leyenda agrega que en ciertas circunstancias o fechas, como la festividad del santo patrono (con mezcla de alguna deidad indígena), el Encanto-Tlalocan se abre y atrapa indefinidamente a la persona que atine a pasar por ahí. 

Los encantados conocen entonces el paraíso de Tláloc, Señor de las Lluvias y los Sustentos, “lugar donde no falta nada y todo es felicidad”, como lo describe un mural preservado en uno de los templos de la zona arqueológica de Teotihuacan. La persona encantada pierde la noción del tiempo y se puede quedar para siempre ahí, o regresar después de varios años para sorpresa de sus familiares y conocidos. 

Hay quien compara la actual época de hiperviolencia en México con la práctica de las muertes rituales ejecutadas por los mexicas, cuyos guerreros debían atrapar vivos a sus contrincantes para ofrendarlos en sacrificio a Hutzilopochtli, el dios de la guerra. Se entiende que aquellas eran “ejecuciones” como parte de una cultura que tenía como el más precioso regalo a los dioses la sangre y el corazón. En el contexto Occidental y actual, es una práctica bárbara, pero con un fin místico y religioso que a ojos de los europeos del siglo XVI fue una costumbre atroz, y hoy no se diga. Por ello resulta aberrante la barbarie que campea en México. 

Tzompantli fue la práctica entre los antiguos mexicanos de decapitar a las víctimas de los sacrificios humanos y conservar sus cráneos en una empalizada de madera. El tzompantli era un altar donde se empalaban, ante la vista pública, las cabezas aún sanguinolentas de los cautivos sacrificados con el fin de honrar a Huitzilopochtli. 

Los primeros europeos que escribieron horrorizados sobre los tzompantli fueron Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo y Andrés de Tapia. Posteriormente, Bernardino de Sahagún mencionó que sólo en Tenochtitlan existían siete tzompantlis.

La raíz de la palabra tzompantli proviene de las palabras nahuas “tzontli”, que significa cabeza o cráneo, y “pantli”, que es hilera o fila, por lo que tzompantli significa “hilera de cráneos”. En 1951 se encontró uno en Chichén Itzá, y en 1970 el arqueólogo mexicano Eduardo Matos Moctezuma halló otro tzompantli en Tula. Pero el más conocido de todos es el del Templo Mayor de la Ciudad de México, que de acuerdo a diferentes estimaciones antiguas llegó a tener cerca de 60 mil cráneos humanos al momento de la llegada de los españoles, en 1521.

El tzompantli pasó a la historia dejando su herencia  en la cultura mexicana. El pan de muerto y el altar del Día de Muertos presentan elementos culturales fruto del sincretismo de la tradición católica y del arte del terrible tzompantli…

De unos años a la fecha se ha popularizado la veneración a la llamada Santa Muerte. Este culto se divide en dos tipos: el primero es una concepción “benigna” de la muerte, y la otra es aquella vinculada a la brujería y malas artes. Esta concepción de la “Santa Muerte” es la que se les adjudica a los capos del crimen organizado; a ella se encomiendan los sicarios antes de sus “trabajos”, y los traficantes de drogas para lograr el éxito de sus envíos… (Me leen mañana).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 

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