El alcalde de Huitzilac, Rafael Vargas Muñoz, calcula: “Son cerca de cien talamontes los implicados en esta actividad ilícita. Pedimos detener este problema con apoyo del gobierno federal y estatal”. Lo pide a sabiendas de que su petición no llegará a las alturas del gobernador Cuauhtémoc Blanco Bravo y el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Millones de metros cúbicos de madera han sido saqueados en Huitzilac. En la Sierra de Zempoala, en Huitzilac, Morelos, y Ocuilan, Estado de México, el paraje Ocoyotongo de cien hectáreas fue devastado por talamontes. Se encuentra a cinco kilómetros de las lagunas de Zempoala. Hasta no hace más de veinte años, este paraje estaba cubierto por bosques de oyamel que paulatinamente fueron cortados por hombres de la comunidad de San Juan Atzingo. 

El silencio de la noche es reventado por el ruido de las motosierras, de hombres matando árboles por docenas. La nota data de dos décadas en las que probablemente no se ha repetido un golpe a los talamontes como sucedió el martes 11 de mayo de 2004. Era de noche cuando elementos de la Policía Preventiva Estatal y de la Comisión Estatal de Agua y Medio Ambiente decomisaron once tráileres cargados con 869 metros cúbicos de madera cortada ilegalmente. Antes y entonces este problema ya era alarmante; México ostentaba el quinto lugar en la tasa de desforestación más grave del planeta, sólo superado por Brasil, Indonesia, Sudán y Zambia.

En Huitzilac la violencia tiene dos caras: pobreza y desigualdad, y una explicación: el abandono secular del gobierno. El tramo Zempoala de la carretera federal Cuernavaca-Toluca ha cobrado cientos de vidas, asesinadas la mayoría y accidentadas las menos. Sin embargo, la persistencia no se explica sin la omisión del gobierno. Las bandas de salteadores de caminos que llevan años operando en Huitzilac vienen de generaciones. Impunes los más y apresados de vez en cuando los menos, roban, matan, vejan, asustan. Cueva de lobos apenas se oculta el sol, en la carretera bordeada por el bosque espeso transitan vehículos de carga, de pasajeros y automotores particulares. Los que se atreven evitan la ida a la Ciudad de México, usan el atajo de Zempoala y ahorran tiempo, pero ponen en riesgo su vida. La gente de Huitzilac y de Tres Marías tampoco osa cruzarlo de noche, y quienes retan a la suerte pueden perder la vida. Los gendarmes de la Comisión Estatal de Seguridad raras veces llegan al escenario del crimen, y el número de policías municipales es insuficiente. Los malhechores desaparecen, y si vivas logran salir, las víctimas pasan por otro calvario, el de la declaración ministerial, el reporte de los celulares robados, la frustración de que no recuperarán los objetos ni el dinero perdido más el coraje de que los asaltantes no serán encarcelados. Los depredadores se agazapan en medio de la oscuridad y la soledad de la selva, se desplazan armados, ponen piedras o troncos en la carretera, emboscan a hombres y mujeres, les roban cuanto de valor llevan y a veces matan. La gente de Huitzilac los conoce, pero por seguridad no los delata.

Al problema de la violencia y la tala de bosques también se enfrentó el padre del actual alcalde, su homónimo Rafael Vargas Zavala. Pintoresco, se volvió famoso el uno de octubre de 2003 cuando se cruzó el pecho con la banda presidencial para la ceremonia de su toma de posesión como presidente municipal constitucional de Huitzilac. Ignorante del protocolo, debió considerar: “si presidente soy, me tercio la banda”.  Pasado el evento, alguien del pueblo le preguntó: “¿por qué te la pusiste?”. Contestó, lacónico: “¡por qué chingaos no!”… (Me leen mañana).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 


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