Young Shel­don es uno de esos spin-offs que no sólo honra su ori­gen, sino que lo supera en cali­dez y pro­fun­di­dad emo­cio­nal. Como pre­cuela de The Big Bang Theory, esta serie nos trans­porta a la infan­cia del icó­nico Shel­don Coo­per, un niño pro­di­gio de 9 años con un coe­fi­ciente inte­lec­tual de 187, pero con cero habi­li­da­des socia­les. Ambien­tada en el Med­ford, Texas, de fina­les de los 80 y prin­ci­pios de los 90, la serie cap­tura esa nos­tal­gia ame­ri­cana con un toque sureño: igle­sias bap­tis­tas, bar­ba­coas fami­lia­res y un sen­tido del humor que equi­li­bra lo nerd con lo coti­diano.

La his­to­ria sigue a Shel­don mien­tras navega por la escuela pri­ma­ria, la uni­ver­si­dad y, even­tual­mente, la ado­les­cen­cia.

Cada epi­so­dio es mayor­mente auto­con­clu­sivo, con arcos que se desa­rro­llan len­ta­mente a lo largo de las siete tem­po­ra­das. Vere­mos a Shel­don lidiando con bullies, roman­ces tor­pes y dile­mas éti­cos cien­tí­fi­cos, pero siem­pre anclado en el hogar.

Young Shel­don es una joya subes­ti­mada que trans­forma a un per­so­naje secun­da­rio en pro­ta­go­nista inol­vi­da­ble, demos­trando que la genia­li­dad nace del amor caó­tico de una fami­lia.

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