Para quienes continúan la tradición del Día de Muertos es fundamental e indispensable el poner y respetar la ofrenda para los difuntos. Esta costumbre existe porque, de acuerdo a la tradición, los que pasaron a otro plano de existencia regresan en estas fechas a visitar a sus familiares y amigos cada año, al altar que se construye en cada casa de los morelenses.

A pesar de la crisis económica y la inflación, todos en las poblaciones del norte de Cuernavaca hacen cada año un guardadito para no dejar de poner su ofrenda para los seres queridos que ya se fueron, en la que el cempasúchil y el olor a cera se puede aspirar en cada uno de los pueblos, así como los cohetes para llamarlos y el camino de la bella flor amarilla, que muestra cómo en cada casa de esos pueblos se espera a los quereres que se adelantaron en el camino que todos recorreremos.

La ofrenda es un esfuerzo familiar y de comunidad, ahí intervienen parientes y amigos para que no deje de haber botellas, así como los tradicionales moles, el verde de pepita y el rojo de guajolote; la calabaza en tacha de que se trate, con dulce de piloncillo y con melado llena de caña y canela para después comerla con leche; los tejocotes en dulce; el arroz con leche; y, por supuesto, el pan de muerto, el lleno de azúcar que todos conocemos y el pan simple sin azúcar en forma de cadáver, o imitando una cacerola; y también las calaveras de azúcar o ahora de moda las de amaranto, así como los guisados y bebidas que le gustaban al difunto.

Un gasto fuerte que afronta cada familia que está convencida de la visita de sus difuntos, primordialmente en la noche del día primero al día dos.

El día de los fieles difuntos se quita la ofrenda y se va a comer todo lo que en ella se puso al panteón, para decorar la tumba con flores y veladoras que se quedan ardiendo en el mismo hasta acabarse; el espectáculo que se puede ver en los cementerios es verdaderamente hermoso.

Muchos de los deudos llevan música o asisten a la misa que se da a las doce en el panteón, y ahí se inicia la fiesta, en la que participa toda la familia en adornar cada tumba, por modesta que sea, poniéndole el papel picado, las flores y las veladoras, y muchas veces las hermosas velas llenas de flores artesanales que arden durante todo el día y la noche del día dos.

Hay lugares como Ocotepec, donde se pide estricto respeto a las tradiciones. 

“La tradición es que al primer año de finada una persona es ofrenda nueva abierta a todos, y el segundo año ya es en casa, pero a puerta cerrada. En ella le pusimos todos los alimentos que degustaba en vida, la ensalada de manzana, sus nances, su mole verde, mole rojo, tortillas hechas a mano y tamales de manteca y de frijol”, dice un habitante de esa población.

En Ocotepec, la espera de los difuntos se acompaña de grandes ofrendas, porque se cree que los que recientemente fallecieron invitan a otros a disfrutar de sus alimentos, según cuentan los guardianes de la tradición, visiblemente emocionados, sin poder contener el llanto por el recuerdo de una abuela, madre, padre o algún hijo que se les adelanto y, como a todos en el pueblo, se les recuerda de esa manera; y ellos están acostumbrados a  compartir siempre.

Las ofrendas nuevas en el pueblo son muy caras porque reciben a todos los visitantes y les dan algo de comer y de beber, sin excepción. Para ello no sólo lo hacen los familiares directos, sino que participan los “Padrinos de Cruz”, quienes proporcionan las flores, los “padrinos o compadres del difunto llevan canasta con frutas, ceras o veladoras y, en agradecimiento a todos los visitantes, se les da el pan, la sal y su itacate, que es un poco de lo que se está dando”.

Todo comienza con el novenario, el 22 de octubre para los niños; para los “ya casados” el 23 de octubre y el 31 se les pone el altar a los niños o jóvenes; y el 1º de noviembre se espera a los adultos”. Se acompaña toda la noche y madrugada; y ya para el 2 de noviembre la ofrenda continúa, se llevan flores al panteón, se ofrece mariachi o banda, y luego comienza el retiro de la ofrenda y se reparte a los asistentes.

Una hermosa tradición que no debemos dejar morir, ya que son síntesis de la maravillosa herencia de nuestros ancestros. ¿No cree usted?

Por: Teodoro Lavín León / lavinleon@gmail.com • Twitter: @teolavin


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