Antes de que los humanos pudieran volar más allá de la atmósfera, los científicos utilizaron animales para evaluar la viabilidad de sobrevivir al ambiente espacial. Laika, la perrita que orbita en la memoria colectiva, no fue la primera, aunque su misión resultó emblemática. 

En 1948, un mono rhesus llamado Albert I fue el primer animal enviado fuera de la atmósfera terrestre, aunque no sobrevivió a la experiencia; su destino se repetiría con Albert II en 1949 y un ratón en 1950. Sólo al año siguiente un mono apodado Yorick logró regresar con vida, acompañado de once ratones. 

En el bloque soviético se optó por perros de pequeño tamaño, pues se consideraron más fáciles de manejar para pruebas de vuelo. Entre 1951 y 1952, lanzaron al menos nueve canes, de los cuales cuatro perecieron en el intento. El 3 de noviembre de 1957, el satélite Sputnik II transportó a Laika en órbita por primera vez, aunque la perrita no sobrevivió más allá de unas horas. 

Entre los pasajeros espaciales también se incluyeron múltiples especies: ratones, conejos, cobayas, monos, gatos, tortugas e incluso moscas de la fruta. A pesar de las pérdidas, estos pioneros no humanos “enseñaron a los científicos mucho más de lo que se podría haber aprendido sin ellos”, en palabras de la NASA. 

La experimentación con animales en vuelos espaciales marcó un paso esencial para que luego los humanos se aventuraran al cosmos. Su contribución —silenciosa y muchas veces trágica— pavimentó el camino para la exploración humana del espacio.

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