Cada que sueño con peces, me llega dinero. No sé qué tenga que ver, pero siempre ocurre.

Claro, no es que me pase muy seguido, pero no falla: cuando sueño peces, me cae la lana.

De hecho, muchas noches, antes de dormir, me he pasado horas en el celular viendo fotos y videos de peces con la esperanza de soñarlos y así convocar a los duendes del dinero que me ayudarán a pagar deudas o cubrir gastos urgentes. Pero, literalmente, los resultados han sido muy pobres y no sé por qué.

Por sí mismo, se me hace algo menos comprensible que el hecho de soñar y recibir, así, sin prejuicios ni obsesiones. Pero ni modo de reclamar. Por eso bien dicen que Dios no cumple antojos ni endereza jorobados.

Total, es un misterio cómo funciona esto de soñar peces y recibir dinero, pero les juro que es cierto. Se los platico en la confianza del grupo, en el entendido de que lo que acá se dice, acá se queda.

Mi mujer me dice que sueño peces porque soy Piscis, y que el universo me manda recompensas a través de mi signo para consolidar una suerte de pacto por la misión y trascendencia de mi alma.

No entiendo tanto de eso, pero algo me dice que, si el universo cree que me debe pagar, es porque seguramente me va a cobrar y me saldrá muy cara la tal misión.

Como quiera, a mi mujer le digo que sí, que puede tener razón. A falta de otra explicación más convincente, prefiero no discutir. Pero creo que, si el tema es el signo, entonces significaría que a todos los Piscis les debería pasar algo similar a lo que me pasa a mí, y francamente no creo que eso suceda. Al menos que el universo tenga patrocinadores con alto nivel de derroche y muy poco sentido común. ¿Quién invierte en soñadores hoy en día? Es mejor negocio prestar dinero y reventar a los deudores con intereses impagables... si lo sabré yo, que ya sueño a los pinches acreedores y pienso que definitivamente no se comparan con los pececitos.

Como Zoraida, mi mujer, es una persona mística y muy testaruda, me tira los argumentos con conceptos propios del argot de videntes y sanadores holísticos de los cuales medianamente alcanzo a comprender que esto de los sueños solo me pasa a mí por mis ascendentes y los códigos numéricos escondidos en mi carta astral. Lo que eso significa.

Pero, lo que sea de cada quien, Zoraida me da su apoyo y disfruta al constatar sus teorías conmigo. Aunque no me lo dice, sé que ella preferiría que esto de los sueños y el dinero ocurriera más seguido. Yo también quisiera, pero la experta en los temas del universo es ella, y si ella no puede descifrar cómo sacar provecho, yo, mucho menos.

Ya hemos platicado largo y tendido sobre los signos y sus efectos en la personalidad. "Los que son de agua, como tú –me dice– tendencia a la melancolía y la ensoñación. Fantasean mucho, pero son sensibles y crean conexiones espirituales profundas. Por eso pueden traer al mundo algunas de sus experiencias oníricas", reflexiona Zoraida con un aplomo digno de un oráculo sabio.

Yo no dudo de lo que ella me dice, pero me asusta que se clave tanto en sus conceptos. Me confunde un poco porque la veo decidida a ir más allá con mis sueños.

Como ya han pasado más de dos años sin que sueñe con peces, y las deudas crecen voraces como pirañas, sugiero que intentea con sueños lúcidos. Básicamente, me aventó al ruedo confiando en sus poderes y en la grandeza de la misión que el universo tiene para mí. Y ahí voy yo, de tonto, a hacerle caso.

Creo que algo se descompuso en la matriz porque regresó de la primera experiencia inducida por ella con sensaciones raras. Un eco de mareas convulsionadas resonaba en mi cabeza, mezclado con la nostalgia de un canto místico, como un coro sacro del cual sobresalía una voz ronca que repetía mantras en un idioma extraño que, sin embargo, comprendía:

"La vida original nos pertenece; somos el don y la fortuna, la inmortalidad y el prodigio. Somos la peste de Egipto y el milagro de Caná. Vive o muere, pero encuentra tus propias aguas..."

Regresé de ese trance confundido, pero las ganas de creerme hicieron buscar signos premonitorios en ese coro que salmodiaba la vida de los peces.

Tomé valor para una segunda experiencia, de la cual me arrepiento. Volví con la certeza de haber estado en una vida pasada dentro de un limbo grotesco que llenó de ansiedades mi sangre. Marcas nuevas en mis recuerdos, conciencia de culpas horribles que no existían pero que el proceso del sueño lúcido descubrió bajo las costras del olvido voluntario.

La certeza de estar parado sobre una fosa común con los cadáveres de mis antepasados ​​enterrados clandestinamente me agobia. Pieles blancas, putrefactas, como espuma purulenta flotando en charcos de líquido amniótico, sangre y lodo. Muchos peces muertos emergen de los restos humanos como flores arrancadas en su esplendor.

Ahí están, flotando en un humus de larvas y olvido, recordándome la ingratitud de esa fosa cobarde sobre la que camino cada día, mancillando la memoria de muchas vidas.

Sé de ellas por mis sueños. Sé que están ahí, escondidas, humilladas en el destierro de mi frivolidad y mi falta de amor hacia mi historia, mis secretos y mis pecados. Siento una culpa horrible por esas vidas que yacen debajo de mi casa y que sufren por mi desamor. Siento que yo las mate y me empeño en disimularlo cobardemente ante los demás.

Aunque me autoconvenzo de que nadie lo sabe, el miedo me tortura. Es un grito de culpabilidad, una confesión del alma por crímenes que no cometí pero que me pesan como una soga en el cuello.

Es una tortura que no me deja descansar. Apenas intento dormir, vienen a mi conciencia flashazos de una vida que no es la mía, pero que claramente me transfieren sus condenas.

No sé cómo voy a salir de este embrollo, pero me arrepiento de andar buscando respuestas donde nada tiene sentido. Donde, en todo caso, todo es pregunta.

Ahora sé que con esas cosas no se juega, aunque Zoraida no le da importancia a mis angustias. Dice que todo se debe al carácter melancólico de los signos de agua e insiste en descubrir el mecanismo para que yo vuelva a soñar con peces.

Ya no quiero saber nada de eso.

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