1.

Querido lector, este viernes 7 de agosto, a las 11 de la mañana, los historiadores Salvador Rueda, Felipe Ávila, Miguel Ángel Sámano Rentería, Edgar Castro Zapata,, Uriel Hernández y una servidora, comentaremos la versión digital del libro “A cien años. Iconografía de Emiliano Zapata” en las plataformas virtuales Facebook y Youtube del INAH, el INEHRM y la Dirección de Museos de la STyC del estado. 

Publicado por el propio Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) y la Secretaría de Cultura federal, el volumen corre paralelo en la intención de la revisión del imaginario zapatista, a las curadurías dedicadas el año pasado (centenario luctuoso) al tema, una de ellas -sin catálogo-, montada actualmente en el Jardín Borda. La otra se vio en el Palacio de Bellas artes capitalino, dando  como resultado un muy buen grupo de ensayos enfocados en aproximaciones plásticas. 

2.

Cerca de medio centenar de textos especializados en fotografía, publicados en revistas y libros, enlista el Dr. Rafael Hernández Ángeles en el libro que comentaremos. En su análisis NO aparece el libro titulado “Zapata en Morelos”, publicado en 2010 por Planeta-Lunwerg con fotografías de Adalberto Rios Szalay. A cien años de distancia de la muerte del caudillo, llama la atención que no abunde el material al respecto: ¿se debe esto a la idea de que es tarea titánica? 

Ha dicho el estudioso Ariel Arnal que existen aproximadamente 300 mil fotografías de la Revolución Mexicana, tomadas por unos 300 fotógrafos, incluyendo a zapatistas, villistas y ejército nacional en el Archivo Casasola (SINAFO), la mayoría flotando en nuestra cultura Intertextual llamada internet. Pero en el mundo académico parece darse más el comentario sobre la pintura zapatista que sobre fotografía. Ha de ser porque lo sensible, que es más inmediato, propicia la imaginación de muchos creadores e historiadores del arte. 

3.

En el capítulo titulado “Emiliano” aparecen varias de las fotografías icónicas del hoy héroe nacional. He dicho ya en este diario que son cerca de veinte fotografías de Zapata, algunas de ellas de autores identificados, las que han servido como modelo a cientos de creadores, siendo menos de 10 las más reconocidas, porque aparece de frente, perfil o tres cuartos, con fondo neutro y eso facilita la copia. 

Otro mérito es que aparecen algunos zapatistas que se levantaron con él en armas, pues sus compañeros de gesta suelen formar parte de una masa anónima de gente vestida de manta, que lo acompaña en segundo plano. Por cierto, a Otilio Montaño y el Profesor Pablo Torres Burgos sólo los pintó Diego Rivera con la enjundia que se merecen. 

3.

Como emblema colectivo de justicia social, la figura de Emiliano Zapata adquiere preferidas formas de representación a partir dos conocidas imágenes: la del antiguo Hotel Moctezuma y la escultura ecuestre comisionado por el gobernador Carlos Lavín, en 1930. 

La primera ha servido de base a decenas de interpretaciones artísticas pues está cargada de símbolos. Entre ellas el “Paisaje Zapatista” de Diego Rivera, pintado en 1913, detrás de “La Niña del Pozo”, pieza que perteneciera a Marte R. Gómez. 

La fotografía de la escultura ecuestre aparece muchas veces en el libro como centro de los homenajes luctuosos realizados al de Anenecuilco desde que Obregón comenzó el uso político de la imagen zapatista, cosa que Cárdenas propulsaría aún más. Por cierto, dicha escultura de Roberto V, Quiroz y Moisés Quiroz Valdovinos, basada en una fotografía que ya ha publicado el investigador Carlos Lavín en este diario, en la que Zapata toca el hombro de un campesino, hoy se encuentra sobre un elevado pedestal alrededor del cual es imposible detenerse a admirarla, por el peligro de ser arrollados. 

4.

Si me pregunta qué imagen me emociona del libro, le contestaría, querido lector, que la de la página 97: “Francisco I. Madero y Emiliano Zapata en el Jardín de la Borda”, de 1911 (Fondo DeGolyer Library de la Universidad Metodista del Sur, E.U.A), porque llevaba buen rato persiguiendo a Édgar Castro Zapata, biznieto del General, para que me la volviera a mostrar en su teléfono. La otra es la de la ropa que llevaba puesta el día que lo asesinaron, tomada pensando las piezas ya como reliquias, el 29 de abril de 1919. ¿Por qué? Porque expuestas actualmente en el Jardín Borda, esas prendas han perdido la intensidad de la sangre. Y lo digo con todo lo que ello pueda implicar metafóricamente. FIN

Por María Helena González / helenagonzalezcultura@gmail.com

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