El inicio de diciembre trae consigo una de las tradiciones más especiales del año: armar el árbol de Navidad, un ritual que marca oficialmente el comienzo de la temporada festiva. Aunque muchas familias lo hacen desde finales de noviembre, existen dos fechas con gran peso simbólico: el 8 de diciembre, y en México, también el 12 de diciembre. Ambas están ligadas a celebraciones religiosas profundamente arraigadas.
El 8 de diciembre coincide con el Día de la Inmaculada Concepción, una fecha central para la Iglesia Católica que honra a la Virgen María, proclamada en 1854 como concebida sin pecado original. Para muchos creyentes, armar el árbol este día simboliza pureza, esperanza y el inicio del Adviento, convirtiéndose en un acto que marca el comienzo espiritual de la Navidad, más allá de la decoración.
En México, también se considera tradicional montar el arbolito el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, una figura fundamental en la identidad cultural del país. Esta fecha coincide con el arranque de las Posadas, lo que la convierte en un momento ideal para preparar el hogar y dar paso a las festividades más significativas del mes.
Aunque hoy el árbol se asocia directamente con la Navidad cristiana, su origen es mucho más antiguo. Se remonta a pueblos del norte de Europa que decoraban árboles durante el solsticio de invierno como símbolo de vida y renovación. La tradición evolucionó cuando San Bonifacio, en el siglo VIII, reemplazó un roble pagano por un abeto para representar el amor de Dios, decorándolo con manzanas y velas, elementos que con los siglos dieron origen a las esferas y luces actuales.
Hoy, el árbol de Navidad trasciende credos y fronteras. Se ha convertido en un símbolo universal de unión familiar, gratitud y cierre de ciclo, un elemento que reúne a generaciones y renueva cada año la ilusión de compartir momentos significativos. Sin importar la fecha elegida para armarlo, su presencia sigue siendo el corazón de la celebración navideña en los hogares.