En tiempos de la conquista y la colonización, poco o nada escribieron los cronistas sobre la mujer y menos aún sobre sus actividades. Poco se sabe de las primeras mujeres que llegaron del Viejo al Nuevo Mundo con Colón en su tercer viaje para poblar Santo Domingo, ellas tomaron la costumbre de pasear muy emperifolladas en la ribera derecha del rio Ozama -donde después se construyó el “Alcázar de los Colón” (hijo y nieto) así, a esa primera calle se le conoció como “Paseo de las Damas”.
En la conquista de México, contados fueron los renglones que a las mujeres les dedico el cronista Bernal Díaz del Castillo -y otrospero aparecen tachados en su manuscrito original.
Menos aún escribieron historiadores sobre las religiosas, tampoco lo hizo la Iglesia en América. Las Leyes de Indias las despachan con un par de alusiones, el Concilio de Trento -1545-’63- solo recomendó normar la vida conventual femenina, y hasta los cronistas dedicados a las órdenes religiosas hicieron poco caso de ellas.
Pues lo mismo pasaba con los conventos de clausura de monjas, y fue hasta el pasado siglo XX cuando más se empezó a investigar recabando información en los conventos que aún subsistían más que nada en Sudamérica. Fue así como se ha ido rescatando lo más sustantivo de sus actividades, ya que para entonces, en México habían desaparecido.
Por lo que he investigado y publicado apoyado en algunos escuetos escritos, y en la tradición oral, fue la esposa de Hernán Cortés quien, al llegar a Cuernavaca ya casada con el conquistador, se percató de que aquí ya estaba bien instalado y terminado el convento e iglesia de los frailes franciscanos y que sin embargo no había un convento para monjas, por lo que ella, tan religiosa que era, quitó a esos frailes la mitad del terreno que Hernán Cortés les había asignado mismo que llegaba hasta la hoy calle Galeana- dividiéndolo con un callejón de por medio hoy calle Netzahualcóyotl y lo donó para un convento de monjas de clausura en toda esa manzana al oriente del convento de frailes.
Pero acaso el de monjas era realmente “un convento”, o era “un monasterio”, porque ambos son muy diferentes en cuanto a sus funciones. En Europa, los “monasterios con sus monjes”, se dedicaban exclusivamente a “mejor orar y a la contemplación” en clausura total, no salían de su monasterio o para lo estrictamente necesario, por tanto, para su mejor cometido eran construidos alejados de las poblaciones, incluso en altas e inaccesibles montañas. Esto, no fue el caso de América donde los “conventos con sus frailes”, se instalaron dentro de las poblaciones para adoctrinar y culturizar a los indígenas. Ambos se construían exprofeso como una sólida unidad tanto para los monjes como para los frailes.
No así, era el caso de los conventos o monasterios de monjas de clausura dedicadas a orar por encargo y por y para todo, como el de Cuernavaca, pero no era una unidad de piedra construida exprofeso como los de los frailes y monjes, aquí, las monjas superioras “cedían”, a precios muy elevados, fracciones de terreno dentro de su posesión, para que las familias construyeran cómodas casas de adobe para que sus hijas y ahijadas vivieran en clausura definitiva por lo que su cualidad, aunque ubicado dentro de la ciudad, sería más bien la de un “monasterio”, con un muy estricto y vigilado acceso para médicos, albañiles, y otros servicios indispensables.
Estas fundaciones, contribuyeron a la protección de esposas y viudas desamparadas, a la recuperación de jóvenes descarriadas y a la educación de las menores que ahí se instalaban temporalmente. Aparte de orar varias veces al día, para su manutención hacían bordados, pastelería, confitería, floristería; en México, además, se destacaron con la producción de bebidas y licores ligeros como el rompope y platillos como el mole poblano y los chiles en nogada que preparaban por pedidos en sus grandes cocinas para grandes eventos; pero más que nada, ante la ausencia de bancos, sus ingresos y rentas los usaban para financiar a quienes requerían dinero fresco, esto se lograba también con las cuantiosas herencias y donaciones en dinero y propiedades que gente rica les hacía para lavar sus culpas y con las dotes que les otorgaban los familiares de las internas, cantidades que prestaban a comerciantes, agricultores, artesanos, y hasta familias en problemas económicos o para cubrir requerimientos industriales, incluso a la minería y al gobierno local ya hasta el virreinal. Por ello, también contaban con diversos negocios fuera del convento, como casas de asistencia social, casas y locales en renta. Las dotes, eran dadas en similitud a las cantidades que se aportaban al novio de la casadera, ya que las “novicias” se “casaban de por vida con Dios”. Así los conventos contribuyeron al desarrollo económico y social de Nueva España, convirtiéndose en la principal fuente de financiamiento. Sin embargo, fue a finales de la época virreinal cuando los cuantiosos prestamos exigidos por los decadentes gobiernos virreinales descapitalizaron a los conventos cayendo estos en desgracia. (La gran deuda en Vales Reales -pagarés- al gobierno virreinal resultado de una larga sequía, provocó miles de insolventes deudores al gobierno -como el hacendado Miguel Hidalgo y otros insurgentes- recayendo en una crisis financiera que desconoció al virrey, evento con el que se inició la Guerra de Independencia).
Finalmente, los conventos que supervivieron, fueron aniquilados con las Leyes de Reforma al arrebatarles todas sus propiedades y no solo el convento, mismas que el gobierno vendería a particulares, como es el caso toda la manzana de lo que fue el convento de monjas de clausura de Cuernavaca y algunas fracciones del convento de los frailes como el ahora “Museo Brady” y casas aledañas.
*Agradezco a Vanessa Chávez Vargas, investigadora arequipeña el libro de su autoría y otros 10 que son fuente de este artículo.
Hasta la próxima, con “La vida diaria en el convento”.