Pero hubo otro detalle: la fisonomía de Guerrero era la de un mulato de sangre africana e indígena, casta que odiaban a muerte los liberales del centro del país, herederos de un mestizaje de criollos y mexicanas con más sangre ibera que mexicana. Esa clase sentía un profundo desprecio por costeños y serranos, uno de cuyos jefes fue el segundo presidente de México. A diferencia de Iturbide, quien fue agasajado con un platillo de monjas, poco antes de ser ejecutado Guerrero recibió el almuerzo en un barco extranjero frente a las bahías de Huatulco.

Explican hoy día los guías de turismo: una de las playas del balneario oaxaqueño lleva el nombre de “La entrega”, porque fue ahí donde el traidor entregó a Guerrero a sus ejecutores. Humillado. Faltaban aún seis años para la consumación de la Independencia, pero ya era grave el daño que había logrado el generalísimo Morelos al poder virreinal. Hecho por el cual, si hubo un caudillo, héroe y mártir sobre el que se ensañaron con más perfidia los poderosos de la iglesia, éste fue sobre el Siervo de la Nación. Hidalgo, Allende, Aldama y otros fueron fusilados después de un juicio sumario y apresurado para cortarle cabezas a la naciente revolución de los criollos. Guerrero, como ya vimos, también fue ejecutado ipso facto.

En cambio, Morelos, fue humillado y escarnecido por sus poderosos enemigos desde los primeros días desde su captura hasta la ejecución Morelos estuvo preso los días 15, 16 y 17 de noviembre en una mazmorra del Palacio de Cortés, en Cuernavaca. Ahí está o estaba la placa que recuerda la forzada estancia. Mientras, en la ciudad de México le esperaban dos tribunales: el eclesial y el militar, para juzgarlo por hereje, disoluto, violador del poder virreinal y del Rey de España. Cerca de las seis de la maña na del viernes 22 de diciembre, Morelos despertó en su celda, comió un pan con café, después fue encadenado de manos y pies, subió a una carroza custodiada por cincuenta soldados y marchó a Ecatepec, en donde sería la ejecución por temor a una rebelión. Al pasar por la Basílica de Guadalupe quiso hincarse, pero las cadenas se lo impidieron. Llegó a Ecatepec a la una de la tarde.

Después de comer, conversó un poco con los guardias y luego se confesó. Tocaron los tambores, Morelos se vendó los ojos, tomó un crucifijo y exclamó: “Señor, si he obrado bien, tú lo sabes, pero si he obrado mal, yo me acojo a tu infinita misericordia. Pero deja que el demonio se lleve a estos bastardos (sus enemigos) al abismo, a quemarse por la eternidad”. Se hincó con la espalda al pelotón. Sonaron dos descargas. A las cuatro de la tarde, José María Morelos y Pavón había expirado.

Ayotzinapa. En el onceavo aniversario de los desaparecidos de Ayotzinapa, al gobierno federal le corresponde el señalamiento de que el caso no ha sido aclarado plenamente, de que hay responsables perfila dos a la impunidad. El 30 de este mes se cumplen 260 años del natalicio del generalísimo Morelos. Él decidió, como hombre libre, morir por su causa. La intención de los normalistas no era perder la vida por la suya; fueron víctimas de la misma descomposición contra la que en su tiempo lucharon los insurgentes. A unos y otros, eso los pone en equidad de condiciones. Son los héroes de ayer y hoy… (Me leen mañana).

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