A título personal no es fácil escribir estas líneas, en particular por no ser un tema cómodo y también por denunciar una responsabilidad colectiva que nos atañe a los cuernavacenses como sociedad, no es compromiso y competencia exclusivo de las autoridades sino de todos quienes habitamos la otrora eterna primavera. A la descomposición social que actualmente campea y que se traduce en tiempos difíciles, se añade el franco despreció por nuestros más elementales valores y civismo, en Cuernavaca a la anarquía urbana se suman los atentados a distintos monumentos.

Juarez tanga

Los monumentos más allá de su valor histórico, artístico y cultural representan un referente directo a la identidad, pasado y memoria histórica de un pueblo, si nosotros como ciudadanos de una de las poblaciones vivas más antiguas de tierra firme americana no atesoramos y defendemos nuestro patrimonio monumental, muy lejos estamos entonces de poder reconstituir el tejido social, y para muestra doy cuenta de atentados específicos:

Hernan Cortez

La polémica escultura ecuestre de Hernán Cortés que por mucho tiempo se encontró a la entrada del emblemático Casino de la Selva, un soberbio bronce de Sebastián Aparicio, no solo fue pintada y en consecuencia dañada por las autoridades municipales hace unos 20 años, sino que fue arrumbada por la administración de Antonio Villalobos, de triste memoria, en el rastro municipal y como si de una broma histórica se tratara fue puesta dentro de una jaula de fierros oxidados, donde aún permanece. Más allá de la polémica que surge con apologistas y detractores del conquistador hay un hecho inobjetable que une al extremeño con Cuernavaca, el fundó la villa sobre la antigua Cuauhnáhuac. En alguna ocasión le preguntaron a Don Manuel Suárez por qué mandó levantar ese monumento y certero respondió: “Lo mandé poner no como conquistador, sino como fundador de Cuernavaca”

Otro caso francamente alarmante es el que atañe al “Morelotes” la magnífica y monumental escultura del Siervo de la Nación, esculpida por el afamado Olaguibel en piedra volcánica en la década de los cuarenta, símbolo de identidad por antonomasia de los morelenses, hoy luce deteriorada y rodeada por los puestos de plateros que desde finales del siglo pasado en absoluta impunidad invadieron la plaza del Palacio de Cortés convirtiendo el sitio en un muladar. Hoy no solo subsiste al atentado al monumento, sino se ha privado a las familias de Cuernavaca de una de las plazas más bellas de México. Siguiendo con el General Morelos, aún seguimos en espera de que sea colocado de nueva cuenta en su sitio el monumento ecuestre que fue derribado por delincuentes especializados en bronce en los límites con la Ciudad de México a principios de la Administración de Graco Ramírez.

Algo menor en cuanto a deterioro, pero no con respecto a valores y civismo es el concerniente al monumento al Manuel Ávila Camacho en la calle que lleva su nombre al norte de la ciudad, el monumento perdió su placa de bronce, la cual jamás fue restituida, ni de bronce ni de ningún otro material, lo cual sin duda es un despreció a la memoria del “Presidente Caballero”. Como si lo anterior no fuera suficiente, el pedestal es usado para colocar cartulinas fosforescentes señalizando bodas, XV años, bautizos y toda suerte de festejos en la zona, a esto también se añade que en más de una ocasión se le han ceñido sudaderas y suéteres a la efigie.

También existe o existió un bronce de José Diego Fernández, el ilustre abogado nacido en la segunda mitad del siglo XIX en una casa adosada al Palacio de Cortés y que en 1913 siendo Senador por Morelos, defendió la soberanía morelense cuando Victoriano Huerta desapareció los poderes en el estado. Fernández no sólo ha sido el más grande de los legisladores morelenses, sino un héroe a la altura de Belisario Domínguez o Serapio Rendón, la diferencia estriba en que Fernández afortunadamente salvó la vida, sin embargo, desafortunadamente hoy está olvidado por morelenses en general, ojalá su monumento se rescate y se coloque en un sitio a la altura de su contribución a Morelos.

Recientemente incluso la icónica Paloma de la Paz de Víctor Manuel Contreras fue vandalizada por una de las partes en un conflicto legal entre particulares, otra obra que Víctor Manuel también legó generosamente a Cuernavaca tuvo que ser retirada de El Polvorín porque fue graffiteada, en otro incidente anterior fue robado o derribado un busto de María Félix en Gualupita. Finalmente hace unos días los cuernavacenses despertamos con la grotesca broma de que a la estatua de Don Benito Juárez, en el boulevard que lleva su nombre, se le pintó una tanga verde por debajo de la cintura. En tiempos del General Cárdenas, la Virgen del Chapitel del Calvario fue degollada y arrastrada por los esbirros de Garrido Canabal. Parece ser que solo se ha salvado el niño artillero de las Palmas.

Es difícil por no decir casi imposible que los daños aquí descritos sean reparados, de cualquier forma no por ello debemos quedarnos callados, para muchos puede ser incluso una exageración que se puede subsanar con reparaciones a cargo de una cuadrilla de trabajadores, pero es más lo que estos atentados entrañan, pues no solo dañan la piedra o el bronce, lesionan la identidad y la memoria de un pueblo, el día que respetemos nuestros monumentos no solo estaremos respetando a Cuernavaca, sino también a nosotros mismos.

Por: Valentín López G. Aranda / valentinlopezga@gmail.com

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