CANONIZACIÓN: José Ma. Marroqui refiere: “El cabildo eclesiástico de México siguió gestionando la canonización del beato Felipe y mayor solemnidad en su rezo y misa, que logró se extendiesen a toda la iglesia católica. Con respecto a la canonización nada alcanzó de pronto. Más de dos siglos estuvo suspensa esta causa, hasta que su santidad el Papa Pío IX, después de observar escrupulosamente todos los requisitos establecidos, y todas las prescripciones de la iglesia, para que pueda llegarse a pronunciar el fallo canónico sobre la santificación de sus héroes, dirigió a todas las naciones católicas una encíclica apostólica en la que anunciaba, no sólo su designio de agregar al número de los santos a los 26 mártires de Japón, entre los cuales se hallaba el beato Flipe, sino que también convocaba a todos los patriarcas, primados, arzobispos y obispos de la cristiandad, para que reunidos en torno a su augusta persona el día 8 de junio de 1862, contribuyesen con su autoridad y con sus oraciones a dar feliz término a un negocio de tanta importancia para la iglesia romana. Estas naciones obedecieron la voz del Papa y se apresuraron a contribuir con sus representantes, con su dinero y con su respeto a la solemnidad extraordinaria, en que publicado el juicio infalible de la iglesia, los mártires de Japón serían en lo sucesivo honrados, venerados y glorificados como santos. Más de 300 cardenales, patriarcas, arzobispos y obispos de todas las naciones católicas, asistidos de un crecidísimo número de presbíteros del clero secular y regular, cumplieron el sagrado deber de responder al llamado del Papa y presididos por él asistieron a los consistorios y a las funciones preliminares del grande acto de canonización. Llegado el memorable día de Pentecostés, 8 de junio de 1862, y reunida esta augusta asamblea en el suntuoso santuario de San Pedro, engalanado con magnificencia admirable, e iluminado con tal profusión que ardieron once mil cirios; el Papa Pío IX, después de invocar los auxilios divinos, orando en aquel santo recinto toda la iglesia universal, proclamó la santificación del beato mexicano y de sus demás gloriosos compañeros; entonó luego el conmovedor Te Deum, que fue contestado por 40 mil voces; celebró después el santo sacrificio de la misa, y concluyó la ceremonia dando su bendición sagrada a la inmensa concurrencia, que representaba a todas las naciones cristianas del mundo. México estuvo representado dignamente. Asistieron los ilustrísimos obispos Pelagio Antonio de Labastida, obispo de Puebla, Clemente de Jesús Munguía, obispo de Michoacán, Pedro Espinoza, obispo de Guadalajara, José Ma. Covarrubias, obispo de Oaxaca, Francisco de Paula Verea, obispo de Linares y Pedro Barajas, obispo de San Luis Potosí. Los presbíteros del clero secular Salvador Cedillo, canónigo de la metropolitana de México (N. del A. Este fue cura de Cuernavaca de 1830 a 1849), Feliciano Pérez, de la colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe, José Cacho, del oratorio de San Felipe Neri. Del clero regular Francisco González, misionero de Zacatecas, Antonio Castro, agustino de México, Pablo Antonio del Niño Jesús y Felipe de la Concepción, carmelitas descalzos. Además, varias honorables familias mexicanas asistieron a esta proclama papal, y en el momento sublime en que el pontífice declaraba la santidad del protomártir mexicano, al unísono, del fondo del corazón les salió este grito patriótico: ¡Glorioso mártir Felipe de Jesús, ruega por tu México!”. 

LOS FRESCOS DE CATEDRAL: Roberto Abe Camil describe: “Entre los tesoros que alberga nuestra catedral, destacan los imponentes frescos de la nave principal. Dichos frescos que se presumen fueron plasmados en fechas muy próximas a 1597, dan cuenta del martirio de San Felipe de Jesús, quien fue sacrificado el 5 de febrero de 1597 en Nagasaki. Los frescos fueron redescubiertos en 1959, cuando el séptimo obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo ordenó el retiro de los altares laterales de la nave principal. Lo que salió a la luz debajo de capas de cal fue una impresionante descripción del martirio de los mártires de Nagasaki. Los coloridos murales, detallan de manera puntual el martirio de San Felipe de Jesús junto a sus acompañantes, y son coronados por una frase que se encuentra inscrita en la parte superior del muro y que reza –Reciben en Japón… Emperador Taycosama mandó martirizar por…- La fidelidad de las ropas, los personajes, las armas, las herramientas, carretas entre otros, así como un ajolote especie endémica de México y pintado sobre el mar, es casi fotográfica, incluso esto ha alimentado la teoría entre expertos de que sin duda el mural fue pintado por un novohispano que fue testigo de los hechos y que tuvo la fortuna de volver con vida. Estos frescos, no sólo son el testimonio gráfico más relevante del martirio de San Felipe de Jesús, sino una aseveración de primer orden de nuestra historia virreinal”. 

Agnieska Dilawerska menciona: “El arte que encierran los muros de la catedral de Cuernavaca, desencadena la compresión de la historia que liga a nuestro país con tierras tal lejanas como Filipinas y Japón. Esta información está contenida en los frescos de las paredes que han sobrevivido pese al transcurrir del tiempo; aunque algunos de ellos fueron destruidos por completo, los restantes están intactos. Luego de que en 1957, durante el obispado de monseñor Sergio Méndez Arceo, se efectuó una restauración de la nave principal y se descubrió que sus paredes interiores estaban recubiertas de cal, ésta fue retirada y debajo de ella hallaron restos de pintura mural del siglo XVII. Lo que se observa en estas pinturas es una narración pictórica que describe el camino de los mártires franciscanos desde Kioto hasta Nagasaki. Entre esos mártires se encontraba San Felipe de Jesús. Parte de este peregrinar se aprecia en 400 m2 de los muros. Algunos expertos afirman que fue un artista nativo asiático, con ayuda de artistas indígenas, quien realizó estos frescos; otros señalan que en realidad sus autores son mexicanos. Sea cual fuese la versión oficial, las pinturas de catedral son muestra clara de la importancia de este hecho, principalmente porque entre los mártires se encontraba San Felipe de Jesús”. (Continuará)

El martirio de San Felipe de Jesús, junto con otros 25 misioneros sacrificados el 5 de febrero de 1597 en Nagasaki, está plasmado en los muros de la de la nave principal de la catedral de Cuernavaca.       

Por: Juan José Landa Ávila / jjlanda.cronica@gmail.com

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