En la ciudad de Valladolid, nació el cura insurgente José María Morelos y Pavón, un portento de talento y heroísmo, una figura sin la cual no se concibe la historia de la independencia de México (Dzunum). Cuando nació Morelos la Nueva España era gobernada por un régimen racista, déspota y de explotación. Dios trajo al mundo a Morelos para castigar a los tiranos, muchos fueron castigados con la pena de muerte (Juan J. Landa). Como el mejor jinete Morelos podía montar, como cualquier arriero, cinchar un burro; como buen tierracalenteño, vadear un río; como agricultor conocía los secretos de las nubes y de los surcos, y hasta concurría con el trabajo de sus manos para levantar su iglesia y labrar su púlpito (Carlos Herrejón). Morelos varón enérgico que cambiaría el curato por la revolución para así servir mejor a la patria (Baltazar Dromundo). Morelos emergió de toda esta amalgama de circunstancias adversas y durante casi un lustro fue capaz de aglutinar en su persona las ansias de independencia del pueblo mexicano (Antonio Gutiérrez). Nadie había preparado a Morelos para el trabajo político que desempeñaría, nadie lo instruyó tampoco en la estrategia guerrera, pero su talento y su clara percepción de la injusticia hicieron de él un hombre fuerte y leal (Baltazar Dromundo). Morelos salvador de almas, patriota, estratega militar y verdugo inflexible de traidores, opresores y esclavistas (Dzunum). Morelos fue un hombre de tremenda acción que forjo sus convicciones entre la oración y la realidad cruda que lo rodeó. Sus contrastes de crueldad y generosidad ponen de manifiesto que los sentimientos de Morelos se regían conforme a las circunstancias del momento (Ignacio González P.). Morelos escuchó la voz que otros no oyeron; tuvo el valor de salir al encuentro de los peligros para desafiarlos y vencerlos y aprendió a escribir sus proclamas y sus cartas sobre la montura errante. Se hizo temer, pero también le amaron. Caía de improviso contra los ejércitos españoles o se les escapaba como si fuera duende. Porque su caballo era su mensajero más fiel, su edecán y amigo (Rafael Heliodoro). Morelos era un hombre recto, de buen carácter, a quien siempre acompañaban un cocinero, un responsable de su ropa y un encargado de sus bienes personales (Moisés Guzmán P.). La mejor distracción de Morelos era aprovechar las escasas horas libres para tirar al blanco con pistola (Manuel Villalpando). A Morelos lo formaron militar, gran civil y gran administrador, la guerra y su propio genio. Fue el único que desde su primera campaña tuvo resolución para tomar la ofensiva contra las tropas realistas, aun cuando ocupasen buenas posiciones; no admitía la defensiva absoluta. Fue el primero en derrotar con fuerzas iguales o inferiores a los realistas; tenía precisión para su técnica y mucha amplitud para la estrategia. No era impulsivo ni inspirado, todo lo calculaba con calma, y si convenía, lo realizaba con ímpetu (Alfonso Teja Z.). A sus victorias se añadió la admiración de los pueblos y el temor de los realistas. Velocidad, destreza, visión estratégica del amplio territorio recorrido, golpes terribles a las tropas del rey, que no alcanzaban a saber de dónde venía Morelos, ni tampoco, después de la vapuleada que les daba, hacía dónde iría. Nunca en sus tres primeras campañas perdió la ofensiva. Siempre adelante, marchaba, sorprendía, derrotaba y luego partía hacía un nuevo objetivo. Llenos de pánico, sus enemigos trataron de justificarse diciendo que ésta era una guerra sin precedentes (Manuel Villalpando). Morelos poseía poderosa inteligencia, libre de prejuicios supersticiosos y fanatismos y sin embargo, se  mostraba sincero religioso; era de una gran serenidad que ni en los momentos más difíciles perdía (Genaro García). Forjado en severa disciplina, dotado de valor reflexivo, de recia condición física, habituado a las fatigas del campo, a la inclemencia del sol y de la lluvia, a resistir sed, cansancio y hambre; provisto del genio de la guerra y gran capacidad de mando, Morelos fue el caudillo más sobresaliente de la insurgencia mexicana (Ernesto de la Torre). Por sus triunfos Morelos se hizo temible a las autoridades de la Nueva España. Era como una gran nube amenazante que se extiende por el horizonte y descarga una tempestad terrible y violenta (Alberto Lombardo). Antes de entrar en un combate, Morelos siempre se confesaba, y con esta preparación no temía exponerse al mayor riesgo. Desde que corrió la primera sangre no volvió a celebrar misa por considerarse irregular, pero siempre tenía capellán que se la decía y confesor (Lucas Alamán). Morelos, incansable jinete de la sierra, la montaña y la costa; jinete de la inmensidad. Fue el clásico jinete mexicano; sabía templar las riendas, usar bien las espuelas, provocar la arrancada, asentar el paso, calcular el galope, apoyarse en los estribos y saltar, con los ojos ágiles y el sombrero hacia atrás, sobre desfiladeros, abismos y barrancas. Este dominio cabal del jinete, asociado al gran conocimiento de las regiones en que habría de operar, fueron las condiciones esenciales de Morelos (Salvador Pineda). Morelos no tuvo el escenario de Bolívar, pero a la medida de su genio, él crearía y sostendría como iniciador la idea constitucional de la patria. Que para medir su estatura militar, su preeminencia de guerrillero, bastaría señalar la naturaleza del medio en que combatió y lo abrupto del terreno en que cabalgó y las enormes distancias que su acción alcanzó (Baltazar Dromundo). Una de las mayores virtudes de Morelos fue la capacidad para elegir a sus subordinados. Podía sentirse orgulloso de su elección, pues pocos comandantes han contado con tantos colaboradores del prestigio y valor como los suyos (Manuel Villalpando). Se daban cita en Morelos dos aspectos indisolubles de su dimensión intelectual: el general que era caudillo y guerrillero; y el político que era el pensador y el visionario. Jamás en la historia de México había aparecido un hombre con la categoría de genio (Rafael Rutiaga). Morelos se distinguió por su valor, su serenidad en los combates, su constancia en las empresas y más que todo, por su patriotismo puro y desinteresado que lo hacían tan respetable como temible (Lorenzo de Zavala). Morelos era algo más que un jefe militar y que un eclesiástico, mucho más que un caudillo, era el genio de la guerra (Ignacio Manuel Altamirano). Para lograr la independencia, Miguel Hidalgo le había señalado el camino: la guerra. Hidalgo marcó a Morelos una meta: levantar ejércitos y organizar la campaña del sur. Un perfecto conocimiento del terreno en que iba a actuar, una intuición genial para la estrategia y una indomable energía hicieron de Morelos el primer soldado de nuestra historia moderna (Ubaldo Vargas). 

Por: Valentín López G. Aranda / valentinlopezga@gmail.com

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