Hace casi 60 años se formó una palomilla, como se decía en aquellos ayeres a la banda, cuyo origen era la vecindad, pero la identidad era más profunda.
Ahí en la cuadra, jugábamos tochito, futbol, coladeritas, carreterita con cochecitos modificados con plastilina y pistas pintadas con gis, en fin, no había tiempo para el aburrimiento.
Esa hermandad pasó por el tamiz de la profesión que cada uno eligió y siguió inamovible hasta nuestros días.
Tuvimos un piloto aviador, un experto en cómputo, un veterinario, un abogado y un arquitecto.
Este último, de nombre José Fidel Martínez Arias, fanático del Real Madrid, decidió incursionar en el mundo de la gastronomía, inaugurando un Bar, situado en la Avenida Universidad de la Ciudad de México, al que puso el rimbombante nombre de “El Barnabeu”.
El lugar es pequeño, en comparación con los muchos y buenos negocios que hay en la Capital de la República, pero tiene un sabor especial y cuando juegan los “merengues” no encuentras lugar.
Pepe o “El Abuelo” como se le conocía en el Club España, también tuvo su paso por el arbitraje.
Se publicó la convocatoria para un curso del que mi padre, Don Arturo Brizio Ponce de León era director.
Entre los muchos “suspirantes” estaban este personaje y mi hermano Eduardo.
Con el tiempo, ambos llegaron al máximo circuito y José se convirtió después en un confiable y certero árbitro asistente.
Gran aficionado al futbol y bueno para alegar era este entrañable hermano del alma.
Pues resulta que el pasado miércoles, estando un servidor en la Ciudad de León, Guanajuato con motivo de la investidura de los nuevos miembros del “Salón de la Fama”, recibí un mensaje de mi carnal, avisando que Pepe había muerto.
Todo el día, en el trayecto al aeropuerto, el viaje, la ida al velatorio, me acompañó un acre sabor que solo se puede asociar a la tristeza extrema.
Procurábamos vernos para comer una vez al mes. La última fue en la cantina “El Sella” de la colonia Doctores y se veía de maravilla.
Alberto Cortez, uno de los grandes filósofos de la canción contemporánea, compuso una melodía que se llama: “Cuando un amigo se va”.
En una de sus estrofas, dice que “cuando un amigo se va, una estrella se ha perdido, la que ilumina el lugar donde hay un niño dormido”.
Vaya desde aquí un enorme abrazo para Mary Carmen su esposa, para sus hijas y nietos, sus hermanas y todos aquellos que lo quisimos de veras.
El velorio, como diría Chava Flores, fue un relajo, pura vida.
Un festejo que seguro disfrutó mi brother.
Una fiesta temática con banderines, camisetas, canciones, risas y anécdotas, claro, referentes al Real Madrid.
“El abuelo” fue un muy buen hombre, amigo de sus amigos y padre de familia ejemplar.
¡Vuela alto y pita fuerte mi Pepe!
Creo que en el cielo vas a encontrar a pocos madridistas pero bueno, así es la vida.
Mientras, acá en Cuernavaca, con una copa de vino, te rendiré homenaje escuchando…Cuando un amigo se va.