Transcurría el tercer tercio de los setenta, estaba atrás de la fortaleza del conquistador y le llamaban Base Cortés. El portón miraba a la terraza de los murales de Diego Rivera, abajo de la cual había estado pocos años atrás la terminal callejera de la Estrella Roja, estacionados en batería los camiones trompudos con puertas adelante y atrás. La Base Cortés era en realidad un corralón polvoriento para vehículos y a la vez bodega de cachivaches de la Dirección de Policía y Tránsito. Las oficinas de los mandos se hallaban en los bajos del Palacio de Gobierno, con la puerta de entrada en la bajada de Galeana. Mudada a fines de los setenta a lo que había sido el Hotel Mandel, y demolidos dos o tres años más tarde la barda y los cuartuchos de la Base Cortés durante el gobierno 1982-88 de Lauro Ortega Martínez para la construcción de lo que sería el Palacio de Justicia, en la misma época fue echado abajo el galerón de la discoteca Kaova donde sería construido el edificio de juzgados. También fue arrasada la Posada Cortés, corriendo la misma suerte la cantina El Boulevard. Construido por un estadounidense, el Hotel Mandel se remontaba a los cuarenta o cincuenta del siglo pasado. Otros hoteles de aquellos tiempos fueron el Chulavista, el Bellavista, el Marik y el Casino de la Selva. Años después hicieron crisis los problemas financieros de míster Mandel, pues debía hasta la camisa, de modo que el hotel le fue embargado y en 1979 adquirido para el Gobierno Estatal por el gobernador Armando León Bejarano. En abril de 2014, el personal de la Fiscalía General del Estado, la Secretaría de Movilidad y Transporte y el Cuerpo de Bomberos fueron avisados de que debían irse con sus tiliches a otra parte. Eran unos mil empleados de tres dependencias que no sabían a dónde debían mudarse, pues nada les informaban los funcionarios que se supone sí sabían. Así que en la Base Zapata privaron el desconcierto y el rumor. Se dijo que los trabajadores de la FGE podrían ser reubicados en un edificio del pueblo de Atlacholoaya o en las cercanías de Las Palmas, mientras que el personal de la SMT sería regresado al corralón de la colonia Chapultepec. Todo esto a causa de la sentencia de un juicio mercantil que cambió de dueño el predio del Mandel. Ruinosas, las que habían sido habitaciones y oficinas administrativas amenazaban desplomarse, visibles las cuarteaduras en la pared en lo alto de la barranca e insistente la versión de empleados antiguos en el sentido de que desde el 2000 un peritaje realizado por la Secretaría de Desarrollo Urbano y Obras Públicas advertía el riesgo de que podía colapsar la vieja estructura, lo que por fortuna no sucedió. En medio de la marcha inexorable del tiempo y la transformación de la ciudad brilló la presencia del turismo, llenos los viernes y sábados de fines de semana los hoteles y restaurantes, repletas las discotecas de muchachas y muchachos locales y capitalinos, convertidas en romerías nocturnas las taquerías de la avenida Plan de Ayala. Entonces la calidad de cierta clase del turismo era medida por las personalidades que venían a la Ciudad de la Eterna Primavera y las marcas de automóviles, entre otros los Cadillac descapotables. María Félix y Agustín Lara eran clientes asiduos del hotel Bellavista y, así como la pareja dispareja (eran referidos como un flaco feo y la mujer más bella de México), la cauda de actores, pintores, escritores, políticos y empresarios de carteras abultadas y fama nacional e internacional que se regodeaban en el glamur de Las Mañanitas. Los bisabuelos añoran aquellos días que se fueron para no volver, ahuyentado el turismo por la inseguridad y la carestía del costo de vida. Los buenos tiempos del turismo que deberían regresar, pues dinero a raudales derrama arriba y abajo. Pero difícilmente regresarán. Lo sabemos las personas que de aquí somos… (Me leen mañana).

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