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La obra de Arturo Rivera no es fácil, está habitada por seres alucinantes, por encuerados amenazantes, por gente desolada. Todos de frente, todos enseñándonos las manos, la mirada endurecida. Inolvidables. Además, la paleta que usa, de tierras y fríos, no ayuda mucho a alegrarnos. Y sin embargo, lo primero que uno dice es: “Pero qué bien pinta este hombre”.

Caravaggio fue el que empezó con estas cosas, pero él es de los pocos que en México le dio un toque especial a lo que podríamos definir como “neobarroco” o, haciéndole caso a la etiqueta que él mismo se colgó “neo-academicismo”. En varias ocasiones se ocupó de diferenciar lo académico de los realismos.

De la pintura de Rivera hablo hoy, porque el pintor acaba de dejar este plano terrenal.

2. 

Tipo sumamente nervioso y de personalidad controvertida, Rivera se  destacó por ser uno de los pintores mejor cotizados y más admirados de los últimos años, aunque una conocida crítica de arte haya expresado llorando el viernes, que el pintor se había ido sin el reconocimiento debido. Lo cierto es que Rivera expuso en diversos foros artísticos nacionales e internacionales y su fortuna crítica es abundante.

Alberto Ruy Sánchez, describió su estilo como un “realismo de intensidades”, a lo cual habría que añadirle que su pintura se inscribe en la historia del arte a partir de la negación de los lugares más comunes.

Fiel a sí mismo, sumamente congruente, Rivera no se andaba por las ramas y no se atemperó con la edad. Su preocupación por la condición humana y lo sórdido encendían su creatividad. No se me olvida lo que me dijo un día: “Cuando pinto no sufro. No padezco al crear a esos personajes y atmósferas cargadas de patetismo. Es el receptor en su momento el que ve los cuadros así, hay incluso quien los ha tenido en su casa y luego me dice que no puede vivir con ellos. Yo siento que soy vital, tengo esperanza en el hombre, pero no puedo negar las cosas y manifiesto el mundo como lo veo.”

Sobre sus autorretratos también podríamos hablar largo y tendido, porque aunque no pretendía hacer de primera intención una obra autobiográfica, su rostro imperioso, dominante y avasallador, termina por requerir nuestra mirada e invitarnos a tratar de descifrar la suya. 

En fin, que con Rivera tenemos un excelente ejemplo de lo que la razón y la locura pueden lograr si se unen. Dicho de otro modo, y recordando a Gaston Bachelard, diríamos que el proceso creativo caracterizado por unir estas dos potencias del intelecto humano, el pensamiento racional y la imaginación, se manifiesta pocas veces con tanta pasión como con Rivera. Un pintor que tuvo que luchar con los consumos de enervantes, también hay que decirlo.

3.

Arturo Rivera nació el 15 de abril de 1945 en la Ciudad de México, estudió pintura y grabado en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM (San Carlos), luego en Londres y más adelante en Nueva York (1976-79) y Alemania (1980-81). Por cierto que como muchos artistas, en Nueva York se vio en la necesidad de producir imágenes “a la manera de” para poder sobrevivir.

Invitado por el pintor Mac Zimmermann a Alemania, Rivera se puso en contacto en las grandes galerías y en los museos bebió de los grandes de la historia del arte, entre ellos Hans Holbein y Alberto Durero y aprendió algunas técnicas pictóricas poco comunes en la actualidad, lo cual le imprimió un sello particular a su obra.

4.

Querido lector, le deseo mucha salud a usted, que me hace el favor de leerme en este significativo día dedicado a los difuntos. Pienso especialmente en las víctimas del COVID 19. 

Si le nace escribirme, por favor hágalo, prometo responderle muy pronto.

Por:  María Helena González / helenagonzalezcultura@gmail.com

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