En esta ocasión, me voy a tomar la libertad de compartir una experiencia que tuve hace aproximadamente 35 años. Realizando mis pininos como médico veterinario, abrí (con la ayuda económica de mi papá) un changarrito en la colonia Santa Úrsula, a unas cuadras del Estadio Azteca.

Un buen día me llevaron un gatito porque lo veían raro. Me percaté que presentaba anisocoria (que una pupila estaba dilatada y la otra no). Le apliqué un antibiótico y le advertí a la dueña que si empeoraba o incluso fallecía que por favor me lo hiciera saber.

A la mañana siguiente, estaba yo en cirugía, cuando se presentó la señora con la novedad de que el gatito había muerto y llevaba ahí su cuerpecito. “Pues déjenoslo” por favor. Por la tarde, se me ocurrió llevar el cadáver al centro antirrábico.

Una madrugada, mi papá estaba vuelto loco localizándome porque me estaban buscando los del antirrábico para informarme que el infortunado gatito había salido positivo a rabia.

Al parecer no le habíamos tomado ni la dirección ni el teléfono a la propietaria del felino. Tempranito, renté un equipo de altavoces, lo coloqué en el techo de mi VW y recorrí toda la colonia Santa Úrsula voceando: (colchones, estufas, refrigeradores… jaja), ya en serio: “Venimos localizando a la propietaria de un gatito…” Mientras que el Dr. Alejandro de la Peña, mi asistente, pegaba letreros al respecto en: panaderías, tortillerías, escuelas, postes de luz, etc.

Digo, representaba una gran responsabilidad, imagínense que dos meses después (el periodo de incubación de la rabia es de 15 a 60 días o más) nos enteráramos que uno de los familiares presentara signos de la enfermedad.

Para no hacer el cuento largo, felizmente localizamos a los propietarios y ahí nos tienen a todos en bola yendo a vacunarnos al Centro de Salud Margarita Chorné, en Coyoacán.

Pero, a donde quiero llegar es a las conversaciones que sostuve con los epidemiólogos que ahí laboraban. Sin ser petulante, se me juntaban para que les explicara todo lo relativo al contagio del terrible mal.

No sabían, por ejemplo, que solamente el 52% de los perros comprobadamente rabiosos eliminan el virus por la saliva.

Esta anécdota de mi otra profesión (la más importante) viene a cuenta para ejemplificar que los veterinarios tenemos mucha experiencia en algunas enfermedades y en el manejo de situaciones epidémicas, en ocasiones, quizá más que los médicos de humanos… no todo es futbol.

 

 

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