Los hermanos Brizio, cursamos la primaria en el Instituto Don Bosco, escuela de padres salesianos que forjó nuestro amanecer. En cada grado había tres grupos: el “A”, en donde iban “los burros”, el “B” que ocupaban los desmadrosos y el “C” en el que estaban inscritos los aplicados, los más inteligentes.

¿Adivinen en qué grupo estuvo siempre mi hermano Arturo?, los que contestaron la opción “C”, están en lo correcto. No se necesita ser muy ducho para intuir que prácticamente todos los años, orgullosamente, un servidor de ustedes… estuvo en el “B”.

Y digo prácticamente porque al llegar a sexto de primaria, resulta que había más alumnos en el “B” y menos en el “C” y para emparejarlos, el maestro Sobrino, tenía que despachar a algunos hacia el otro grupo. Pidió que guardáramos silencio; pero como yo hice caso omiso de su ordenamiento, ignominiosamente fui despachado al grupo “C”.

Al llegar, el profesor Gregorio Fuentes me dio la bienvenida y ponderó los atributos intelectuales de mi hermano, con la esperanza de que yo tuviera un desempeño similar ¡Sí chucha!

El maestro Fuentes era famoso porque organizaba, en el recreo, un torneo de futbol, en donde 8 equipos, compuestos cada uno por 5 jugadores, disputaban el título, a lo largo del año escolar. Para tal efecto, mandaba a hacer unas porterías chiquitas de madera y cada escuadra tenía la suya, con el nombre correspondiente. Yo jugaba para “Los biólogos”.

Llevaba tabla de posiciones, goles a favor y en contra; goleo individual, etc. Sin embargo, si no hacías la tarea, o si tenías mal comportamiento en clases o algo pasaba, quedabas suspendido y no podías participar en el partido.

Un buen día, me tocó enfrentar al equipo del maestro Fuentes, “Los químicos”, con la novedad que los otros cuatro compañeros de “Los biólogos”, estaban suspendidos; es decir, jugaría yo solito, contra cinco adversarios, entre los que se encontraba don Gregorio.

Inició el encuentro, me apoderé de la esférica y me la llevé lo más lejos posible, hasta las canchas de futbol y la volé del otro lado de la barda, o sea, afuera de la escuela. Una vez que recuperaron la pelota, mientras venían atacando sobre mi portería, de nueva cuenta me hice de ella y me la llevé al baño más lejano, la tomé con la mano y la eché en uno de los escusados.

Terminó el recreo y el maestro estaba que trinaba. Mandó llamar a mi mamá para quejarse del comportamiento del “nenito Brizio” … sin embargo, “haiga sido como haiga sido”… saqué un “deshonroso”… empate a cero.

Por: Eduardo Brizio / ebrizio@hotmail.com

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