Buenos resultados ha tenido esta propuesta que en este mismo espacio hicimos hace algunos años; en el centro de Cuernavaca ya se ven azoteas convertidas en “Roof Gardens”, espacios privados al aire libre, enjardinados, terrazas con parrillas de asar en casas particulares, otras pocas en restaurantes. Cesta pandemia que llegó para quedarse, las azoteas pueden también convertirse en lugares privados donde hacer ejercicio, tomar el Sol y practicar el hobby favorito.

Fueron tiempos pasados, cuando los techos de esta Cuernavaca colonial eran tejados que se apareaban con floridas buganvilias dando frescura a las casas de largos corredores con columnas y arcadas, todo proveía una calidez apacible, tejados de diversos tamaños y orientaciones acomodados en los desniveles que forman las dos principales lomas de Cuernavaca, una donde está la Catedral, y otra enfrente, la del Palacio de Cortés; dentro de las casas y casonas, en lo alto de las habitaciones ocultando las tejas había frescos plafones de manta de cielo pintados con cal de blanco o azul tenue; en otras, las tejas se ocultaban a la vista con rusticas tablas de tejamanil; las señoriales tenían entrepisos de madera llamados terrados que también servían de buhardilla para cosas de poco uso, en la Revolución para escondites de mujeres para no ser violadas, o de hacendados y para esconder armas, cartuchos, terrados que todavía podemos ver en algunas antiguas casas. 

Pero la modernidad ha desplazado esas románticas techumbres, hoy, surgen los inmutables y calurosos techos de concreto.     

En que azotea de barrio no se albergan todavía cachivaches, son el depósito de la añoranza, son los recintos aéreos donde las personas envían las cosas que ya no les sirven camino entre el uso y el desuso, mientras, allí, los objetos se hacen más viejos, donde los niños ejercen el mando que dentro de la casa les es negado, donde nada les está vedado, donde pueden construir y destruir con libertad. Es el espacio de objetos que no se quieren tirar, evidencias del pasado que hoy son solo; cosas.

La azotea ha sido también burdel de gatos donde pululan gatas que maúllan lastimeramente engañando al macho como si fuera su primera vez; es escondite de niños, lugar de reunión de adolescentes, tendedero donde hallan un respiro las prendas femeninas con encajes, para deleite de los morbosos del barrio.   

Las azoteas fueron aquellos mundos paralelos, que permitían a los niños ser libres, alejados de prejuicios, dándole sentido a la silla de tres patas, al zapato sin pareja, a la muñeca ultrajada, a la vieja televisión; laboratorio de experimentos, trinchera del niño regañado,  de la guerra entre hermanos, son el barco, y el avión.  

Por las tardes, la azotea ofrece la promesa de un viaje a un mundo libre, solo es cuestión de subir. Fueron el escenario del primer tímido beso, y descubrir que las dos manos fueron hechas para dos senos, porque fueron las azoteas el lugar secreto del descubrimiento voluptuoso de los cuerpos. El lugar del cuarto de la muchacha del aseo, de las antenas y tinacos, baldes, fierros y charcos. Todas esas azoteas hicieron niños luego adolescentes felices y libres, hasta que se tiraron las casas con todo y ellas, o dejaron de ser hogares y se convirtieron en comercios.

Siempre había a quien se le consideraba el rey de las azoteas, era aquel que dominaba el mundo de las alturas corriendo sobre bardas, brincando sobre abismos de un techo a otro como un felino sigiloso sin ser escuchado, era quien se apoderaba de las azoteas vecinas sirviendo de guía a los demás para la práctica del voyeurismo nocturno, atisbando por ventanas y tragaluces.

Ahora, en ellas hay anuncios luminosos y espectaculares, equipos de aire acondicionado, calentadores y generadores solares de energía, y lo que estorba en el espacio inferior, lugar de grandes antenas de telefonía que descuellan a casas y edificios, que contaminan visualmente, como en calle Hidalgo la más antigua de Cuernavaca, donde lo mismo se ven tinacos negros de color y gusto, lugar, ya no de cacharros y muebles viejos. 

Todavía quedan algunas en el Centro Histórico,  pero surgen otra vez en la periferia coronadas de varillas cubiertas con botellas para otro piso que parece nunca va a llegar, donde los objetos son rescatados del olvido por niños para crear su propio universo.

Mucho más útiles serán hora con la pandemia, convirtiéndolas en espacios verdes al aire libre con árboles en macetones, follajes, flores, legumbres, hortalizas para torear la crisis y paliar la tala inmoderada que las autoridades solapan en calles y terrenos de la zona urbana.

Vamos a seguir recuperando esas azoteas, llamadas la quinta fachada, como ya se hizo con algunas, hay que transformarlas, para que también den frescura al piso de abajo, donde la familia ocupe sus ratos libres, generando con ello un valor agregado a la estructura que las sostiene, a las personas que la habitan, a la ciudad y al medio ambiente.  

P.D. Hasta el otro sábado  

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