Jueves 28 de febrero. ¿Se acuerda el lector? El modus operandi repitió el cartabón de la violencia. Se reportó que en un bar ubicado en Domingo Diez y Paseo del Conquistador varias personas acababan de ser atacadas con armas de fuego. Los agresores, que llegaron en vehículos probablemente robados, abrieron fuego contra los clientes y huyeron. Los paramédicos examinaron a una muchacha y confirmaron que ya había expirado. Además, hubo una docena de heridos que fueron llevados a hospitales. Los peritos recogieron casquillos percutidos de diferentes calibres esparcidos en el piso de la calle. El fiscal general Uriel Carmona Gándara no dijo nada nuevo que no sospechara la gente de Cuernavaca: que el “cobro de derecho de piso” era una de las líneas de investigación. Después de la masacre, los cuernavacenses pensaron que nada peor podría suceder en la ciudad que habitan. Por desgracia se equivocaron… Terminó febrero, pasó marzo y llegó la tarde del sábado 13 abril. Asesinadas a balazos dos personas adultas y dos niños en el restaurante de mariscos Los Estanques de Cuautla, la opinión pública de Morelos consideró que presenciaba el colmo de la violencia y que en este sentido nada podría volver a ocurrir. Pero otra vez se equivocó… Alrededor de las diez de la mañana del miércoles pasado, el olor a pólvora inundó la Plaza de Armas de Cuernavaca. Un sicario estaba haciendo su “trabajo” en el costado norte del Palacio de Gobierno, a escasos treinta metros abajo de la oficina del Gobernador. Disparó a diestra y siniestra, asesinó al empresario Jesús García, padre de Juan Manuel García Bejarano, el empresario de la Feria de Cuernavaca que fue ultimado el año antepasado, así como al líder de una agrupación de comerciantes ambulantes, Roberto Castrejón, e hirió al camarógrafo René Pérez y al joven Rafael Jaciel Castrejón Calderón. Inmediatamente se supo que el pistolero fue detenido en la Plazuela del Zacate, cuando huía corriendo y al parecer agotó la carga de la pistola. Pero no fue llevado de inmediato a la cárcel. Retenido una hora o casi en el Palacio de Gobierno, el titular de la Comisión Estatal de Seguridad, José Antonio Ortiz Guarneros, declaró algo así como que “se cumplieron los protocolos”. La nota reventó en las redes sociales, en periódicos de alcance nacional, la radio y la tele, mientras en Cuernavaca y en Morelos todo la gente se pregunta qué más puede acontecer en un estado como el nuestro donde no hay día en que el crimen no acumule víctimas en tanto el Gobierno Estatal se evidencia incapaz de contener la violencia… Se dice y se repite en la calle, las oficinas, los trabajos: al rato nadie va a querer salir, y no faltará alguno que se presuma activista social o político de oposición proponiendo un toque de queda en el que los cuernavacenses se guarden en casa a las ocho o cuando mucho a las diez de la noche. Platicarán historias como ésta: De pronto, la llanta derecha del auto choca contra algo que el conductor no logra ver pero que parece un pedazo de riel saliendo del piso, brillando en la oscuridad de la noche. ¡Pack!, el golpe ha sido brutal y la duda seguirá pues por seguridad decide que no debe parar. De hecho, pocos automovilistas lo hacen en Cuernavaca. A partir de las nueve la mayoría maneja rápido, mirando a los lados, espejeando atrás, alertas ante cualquier sospechoso, pasándose con precaución el rojo de los semáforos. Eso no obstante que sabe que llegado el caso no le quitarían mucho: hace tiempo casi no carga efectivo, cincuenta o cien pesos en la vieja cartera, un montoncito de monedas en la consola del coche, la tarjeta de débito para la gasolina y algún otro gasto. La inseguridad lo volvió precavido. Apenas lo ve, para junto al foco del portón de una casa particular; aprovecha porque en toda la avenida no hay alumbrado público. Checa el neumático, sacude el carro de un lado a otro, se agacha, busca con la lámpara de pilas algo que esté roto pero aparentemente todo parece estar bien. Menos mal. A la mañana siguiente le echa otro vistazo al auto, comprueba que no tiene nada que parezca anormal y respira aliviado pensando que “se ahorró” varios miles de pesos por la reparación que no pagará. Razona: si se hubiera quebrado la suspensión repararla le habría costado un ojo de la cara, no fue su culpa, pero ya que el gobierno no le reembolsaría el gasto de la compostura él se conformaría mentando madres aunque nada ganara. Llega al inicio de la calle donde vive y ahí también el alumbrado artificial brilla por su ausencia, así que avanza cuidadoso, mirando por los espejos laterales y el retrovisor, temiendo que le salga un delincuente en taxi o en motocicleta. ¡Ay, nanita”.. (Me leen el lunes).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com

Cumple los criterios de The Trust Project

Saber más

Síguenos en Google Noticias para mantenerte siempre informado

Sigue el canal de Diario De Morelos en WhatsApp