Firmado el convenio que ratificó el mando único de la denominada Policía Morelos, anteayer en el centro de Cuernavaca, no es que de ahora en adelante la responsabilidad de la seguridad de los habitantes de Morelos sea principalmente del jefe del Ejecutivo, pues ya lo era. De lo que trata el reclamo social es que la conjunción de fuerzas municipales se materialice en buenos resultados. Sensible, hablando a nombre de los presidentes municipales que signaron el documento, Rafael Reyes Reyes, de Jiutepec, resumió: “lo más importante deben de ser hoy más que nunca los (buenos) resultados”. Dijo lo que no dijeron los demás. Insistió: “el reclamo social hoy más que nunca son resultados que se reflejen en la baja de la incidencia delictiva”. Pero una cosa es la parafernalia de los actos oficiales y otra la cruda realidad. Pocas horas después, la violencia del crimen organizado cobró la enésima víctima en Zacatepec. Sentado estaba descansando en su local un carnicero del Mercado Municipal, y sentado quedó, asesinado a tiros por dos sujetos delante de docenas de testigos que dedujeron un homicidio más en la cuenta sin fin de las extorsiones por el derecho de piso. Firmaron treinta y tres ediles, no así tres, entre éstos el de Cuernavaca, coincidente con sentimientos de oriundez la posición del alcalde capitalino “Toño” Villalobos, y resignados los presidentes de los consejos municipales indígenas de Coatetelco, Xoxocotla y Hueyapan. Municipios nuevos, respetables y apreciados por cuanto su condición indígena, su cultura y costumbres, pero condenados a la pobreza como, por ejemplo, lo fue en otros tiempos Tlalnepantla. Era tan pobre que el viejo PRI batallaba para hallar un candidato a alcalde. La anécdota: fines de los setenta. El delegado del partido aplanadora convence a un lugareño de que “se sacrifique por su pueblo”. El hombre pone algunas condiciones, acepta a  regañadientes la candidatura pero antes de abandonar la oficina del segundo piso del viejo edificio de La Estación pregunta: “¿Quién me va a dar para mi pasaje?”. Los siguientes veinte años fueron de tranquilidad para este pueblo de Los Altos de Morelos, en los noventa comenzó su boom del nopal y, al igual que a los demás ayuntamientos, el Gobierno del Estado le transfirió la recaudación y el gasto del impuesto predial. Desde entonces fue un tanto menos pobre, y no obstante que sus problemas se limitaron a conflictos de política doméstica, el 14 de febrero de 2001 fue noticia nacional. Al anochecer de aquel día, unos cuarenta guerrilleros aparecieron en la pequeña comunidad de Felipe Neri, armados, cubiertos de los rostros con pasamontañas. El segundo comandante de la Policía Municipal, Gaspar García Contreras, proporcionaría a reporteros detalles del suceso inusitado. Narró que llegaron de pronto y se dirigieron a los vecinos que se encontraban en el centro de la población. Dispararon sus armas al aire y dejaron los típicos mensajes de organizaciones rebeldes así como “pintas” de las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo (FARP)-Ejército Villista Revolucionario del Pueblo (EVRP). Dos años más tarde, la noche del 13 y la madrugada del 14 de enero de 2003 agentes de las policías Ministerial y Preventiva recuperaron a punta de tiros el Palacio Municipal para el grupo del alcalde Elías Osorio Torres, quien posteriormente sería depuesto. En medio de los balazos, los gritos y el incendio de una patrulla cayó muerto el lugareño Gregorio Sánchez Mercado. A la sazón diputado local, el en 2018 candidato sin partido a gobernador, Fidel Demédesis Hidalgo, culpó al secretario general del gobierno de Sergio Estrada Cajigal, Eduardo Becerra Pérez, de haber sido él quien le ordenó al coordinador de la Ministerial, José Agustín Montiel López, que abriera fuego contra los vecinos que tenían tomado el Palacio Municipal. Tlalnepantla transcurriría unos meses en “calma chicha”, rota el 15 de septiembre de 2004 durante el festejo de la independencia por una turba enardecida de la Comisión de Barrios y Poblados que irrumpió en la casa del ex alcalde Torres y golpeó a su hija Bárbara Osorio Rayón, una chica de 18 años. Encolerizado, fuera de control, el tumulto fue por Elías, quien a esas horas de la noche del “grito” se encontraba ausente. Allanaron el domicilio del presidente del PRI municipal, Ricardo Espíndola Banderas, y, escasos los efectivos de la Policía Preventiva Estatal, no pudieron contener a la muchedumbre. Aunque esta es otra historia, quizá por herencia zapatista en comunidades morelenses persiste la rebeldía contra la política mal entendida y peor practicada. Digo: para que no se les olvide a los funcionarios fuereños…   (Me leen después).

 

Por: José Manuel Pérez Durán

jmperezduran@hotmail.com 

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