¿Llegará el día en que las chavas y los chavos vayan a los antros enfundados en chalecos contra balas? Sí, según han venido dándose hace tiempo las balaceras en la capital y en poblaciones del interior. Asesinado la noche del jueves pasado un parroquiano en un bar ubicado en el boulevard Juárez y dos en otro centro de vicio de la colonia Carolina, se incluyeron en la lista de los 31 asesinatos que ocurrieron entre el uno y el 11 de este mes. De seguir así las cosas, noviembre se perfila como el mes más violento en muchos años, referidos hasta el domingo 11 en la nota roja 31 decesos violentos en Cuernavaca, Amacuzac, Temixco, Jojutla, Zacatepec, Atlatlahucan, Jantetelco, Yautepec, Huitzilac, Puente de Ixtla, Mazatepec y Tlaquiltenango. Viniendo últimamente la violencia de menos a más, el 29 de abril anterior una balacera en un antro de Vista Hermosa saludó el arranque de las campañas de los ocho candidatos a gobernador. Lesionados diez hombres y dos mujeres, la mayoría jóvenes veinteañeros atacados por un grupo de pistoleros, los hechos fueron reportados a las 5.08 de la mañana y rápidamente trascendieron en las redes sociales. Un evento similar había sucedido en la misma plaza, la madrugada del 21 de noviembre de 2017, captado en video el momento en que era asesinado el profesor de matemáticas de la Secundaria Federal Número Uno, Eduardo Reyna, por un sujeto solitario que le disparó en la espalda. El estilo del ataque, que mostró el típico sello del crimen organizado, subrayó el tema de la seguridad en los discursos de los entonces candidatos a gobernador Cuauhtémoc Blanco Bravo, Víctor Caballero Solano, Jorge Meade Ocaranza, Rodrigo Gayosso Cepeda, Nadia Luz María Chávez, Alejandro Vera Jiménez, Fidel Demédesis Hidalgo y Mario Rojas Alba. Este “incidente” y más inquietaron a la opinión pública, como el del 27 de abril cerca del pueblo de San Gabriel Las Palmas, donde fue lesionado a puñaladas el padre del alcalde de Amacuzac, Jorge Miranda Gallegos, y un día  antes detenido el alcalde con licencia de Tlaquiltenango y candidato independiente a diputado federal, Enrique Alonso Plascencia, acusado del delito de homicidio por la Fiscalía General del Estado e imputado de ser miembro del cártel de Los Rojos. Aquel, otros y el actual clima de violencia traen a la memoria las así llamadas campañas de despistolización que fueron comunes en los setenta, ochenta y noventa… y que el gobierno de hoy debería reditar. Eran grupos de policías que irrumpían en botaneras, cantinas, bares y discotecas de todo el estado, en pueblos del oriente, del centro y la zona cañera, de día y de noche pero con más los fines de semana cuando había –y hay–actividad riesgosa en los giros rojos. Los parroquianos se asustaban, sobre todo los que tenían cuentas pendientes con la justicia y portaban pistolas o cuchillos. Era común que salieran a relucir los “charolazos” de prensa o de influyentes que decían tener un pariente funcionario, policía, militar o hasta cura. Separados hombres y mujeres para la revisión, a los que les daba tiempo arrojaban al piso las escuadras, las navajas 0-7, uno que otro cigarrillo de mariguana y todos ponían cara de inocentes. Transcurrido un rato, los policías se iban, a veces se llevaban uno o más detenidos y, pasado el sofocón, regresaban la música, el baile y los tragos aderezados con los comentarios, las protestas e incluso bromas por lo que acababa de pasar. No faltaban los vivos que aprovechaban la confusión de los meseros y el  descuido del “cadenero” para salirse sin pagar la cuenta, pero la mayoría concordaba en que las campañas de despistolización eran necesarias, para bien de los pacíficos y que los malos se fueran al diablo. Luego el regreso a casa, entrada la madrugada ya o a punto de amanecer, tranquilas las calles, los pueblos y las ciudades pues la inseguridad era mínima o de plano inexistente en muchos lugares. Segura entonces la gente, en el Morelos de hoy con mayor razón debieran replicarse las despistolizaciones. Darían “mala imagen”, pero evitarían hechos criminales en las carreteras, las calles y en los giros rojos, de los que el secretario de Turismo y Desarrollo Económico de Cuernavaca, Javier Espinosa Olalde, admite existen tres mil con o sin licencias de funcionamiento, lo que también es corrupción… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán

jmperezduran@hotmail.com 

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