Al finalizar el siglo XV, en Europa había mucha demanda de las especias de la India y las sedas de China, y los turcos habían cerrado el paso de estas rutas por lo que se produjo seda de manera incipiente en Valencia y Murcia. Por esta razón Cortés sembró aquí desde 1522 grandes plantíos de moreras (matorrales de los que se alimentan los gusanos de seda y en los que instalan sus capullos) para posteriormente en 1523 y 1524 traer simientes de esas larvas y producir seda en su marquesado, concretamente en Cuernavaca –hoy viejo Club de Golf- sus alrededores como en Yautepec, donde también instaló una casa  de piedra para cría de gusanos, tenía plantíos en Tetecala y Ocotepec experimentando donde se desarrollaban mejor, para aprovechar la destreza de las mujeres indígenas en el hilado y tejido de telas de algodón y poder comercializar la seda tanto en península Ibérica como en el Nuevo Mundo. La producción de esta empresa no la vería el conquistador, fue muy tardada y problemática; nadie sabía cómo cuidarlos, esperar años a que las moreras crecieran, después traer los primeros capullos. Los primeros intentos fracasaron y hubo varios más, en 1530 trajo una especialista española que no fue muy eficaz. A pesar de que el cultivo no prosperaba, Cortés seguía sembrando moreras, en otros campos. Cuando volvió a España en 1540, su apoderado y primo Juan Altamirano prosiguió su empeño, contrató al experto Cristóbal de Mayorga, para 1545 hizo construir en Yautepec una casa de campo, que se dedicó al cuidado de los capullos y al hilado de seda. La primera producción efectiva debió ocurrir en la primavera 1546, estando Cortés en España, el año anterior a su muerte.  
Cuando se dieron los primeros resultados que nunca llegaron a favorecer la expansión de una industria floreciente, Cortés no lo vio, ya no pudo regresar a Cuernavaca por un juicio en su contra que lo arraigaba en España.
En cuanto a la agricultura, Cortés siempre mostro interés por introducir nuevos cultivos. En la Cuarta Carta de Relación del 15 de octubre de 1524, ya pedía a Carlos V que diese instrucciones a la Casa de Contratación de las Indias para que “cada navío traiga cierta cantidad de plantas y semillas y que no pueda salir sin ellas”. Así empezó a sembrar trigo a gran escala en el norte de Cuernavaca con lo que se produjo una baja en el precio del pan.
En una carta escrita a su padre en 1526 Cortés le pide; “que se me busquen dos docenas de carneros de lana merina muy fina de la mejor casta que pudiere haber, y que los tenga en Sevilla, en casa para que se hagan caseros y mansos y los acostumbre a comer cebada, paja y pan y se me envíen en el primer navío que acá venga, que el mismo navío tome de la Gomera -isla de las Canarias donde hacían escala los navíos que venían a la Nueva España- algunas cabras las cuales así mismo deben ser caseras y que sepan comer bastimentos para la mar para que no se mueran”. En otra carta se queja con el rey de que los oficiales residentes en las islas de La Española y Fernandina (Cuba) habían prohibido la exportación de yeguas con destino a la Nueva España. Después pondría cría de equinos en Tlaquiltenango. De igual manera su compadre y acérrimo enemigo Diego Velázquez gobernador de la Fernandina impedía o por lo menos retrasaba el envió de los pedidos que hacia Cortés 

Los productos del Ajusco
En 1532, por el contenido de una cédula real firmada por la Emperatriz el 20 de marzo, se advierten los roces de Cortés con la Real Audiencia. Se le acusa de no permitir que nadie toque los montes de Cuernavaca -Sierra del Ajusco- de los cuales no se puede sacar madera sin la autorización del Marqués.
Cortés tenía controlada la tala de árboles de Cuernavaca, no se cortaba un árbol sin su autorización y sólo si era muy necesario el corte se otorgaba el permiso, el conquistador inicio el cuidado ecológico de esta región, sabía que era la fuente de los manantiales de la población. El carbón, se elaboraba con árboles recién caídos, enfermos o muertos lo que además impedía la propagación de plagas, y no se tenía permitido derribar árboles sanos para este fin. Sólo para madera se cortaban saludables, aún subsisten las techumbres con grandes vigas originales en dos salas del Palacio de Cortés y las dos magnas puertas de la Catedral.
Los pueblos de los montes de Cuernavaca disfrutaban y mercantilizaban los productos forestales de ese bosque alto y aprovechaban todo lo comestible como los hongos silvestres en temporada de lluvias. También cazaban “zacatuches” después llamados “teporingos” una especie muy pequeña de conejos endémica de esta sierra. 
En 1743 se mencionan los frutos que produce esta cabecera de Cuernavaca, aunque no abundantes: limas dulces, agridulces y agrias, naranjas, toronjas, sidras, limones reales y ordinarios, mameyes, plátanos, aguacates, zapotes blancos, prietos y amarillos, camote, guacamote, tlalcalate, abundantes guayabas y diversas flores; de estos productos se mantenían trescientas catorce familias la mayor parte españolas, y las menos mestizas y mulatas y seiscientas veintiún y medio familias tributarias del idioma mexicano, estos vivían en división de nueve barrios. 
Los cañaverales, los ingenios azucareros, los plantíos de algodón, la fabricación de hilos, telas, y prendas, la producción de frutas, madera, carbón, papel amate, amaranto, maíz, frijol y los demás mencionados, siguieron siendo los productos agroindustriales más importantes hasta la Independencia e incluso algunos productos han llegado hasta nuestros días.

P.D. Hasta el otro sábado 

Por: Carlos Lavín Figueroa / carlos_lavin_mx@yahoo.com.mx

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