¿A dónde van y de dónde vienen tantas personas? Muchos en carros, camionetas, taxis, “rutas” y motos. Muchísimos más caminan, presurosos, bañados en sudor, agotadas hace rato las botellas de agua. Familias enteras varadas en las esquinas aguardan impacientes el microbús que las lleve de regreso a casa. Pero tardarán horas para poder llegar. Cosa que a las chavas y los chavos no les importa. Matan el tiempo echando desmadre, confundidos los gritos, las palabritas y las palabrotas con los claxonazos estridentes y el ulular lastimero de la ambulancia que se acerca, sacadas inútilmente las manos del paramédico por la ventanilla para que le abran paso. Los carros se desplazan a vuelta de rueda, paran, avanzan y retroceden. A ti que manejas, a tu esposa la agarró un dolor de panza. Le pasa todos los años por estas fechas, cuando al calor aprieta. Te echa la culpa: “Ha de ser por la quesadilla de chales que me compraste”. Y tú piensas que eso le pasa por tragona. Avanzas unos pocos metros, vuelves a frenar y retrocedes otra vez. Tu mamá vive contigo, lo cual no tiene feliz a tu señora. Se preocupa por ti más que la dueña de tus quincenas. Son las diez y no llegas. Su nieta de doce años, que es tu hija, le dice que no te llevaste el celular, de modo que no tiene caso marcarte. Tu jefecita te conoce hasta el modo de andar, teme que tus amigotes te “sonsacaron” y que, para no variar, te fuiste de parranda. Tú lo único que quieres es llegar a tu casa pero ni por dónde seguir. Vas bajando la avenida Morelos a la altura del Diario. Imposible continuar. Tienes suerte o eso crees. Alcanzas a ver que el carril sur-norte está despejado. Te las arreglas para dar vuelta en “u” y consigues llegar a donde empieza Nezahualcóyotl. De nada te sirve, nuevamente quedas embotellado. A ratos debes apagar el motor. Nadie avanza y tu carcacha amenaza calentarse. Para colmo, la gasolina está cada vez más cara y desde que comenzó la pandemia tu jefe no te paga viáticos. Como puedes, logras llegar a Acapantzingo, sufriste pero ya pasaste Motolinía, bajaste por Leyva, seguiste por Rufino Tamayo y llegaste a Díaz Ordaz. De ahí a Tabachines será un brinco nomás, y una vez que agarres el libramiento no pararás hasta llegar a tu casa en Temixco. Para entonces llevas una hora conduciendo. De tanto enclochar te duele la planta del pie izquierdo; tienes la espalda hecha cisco. En una de esas paras y observas a una gorda a la que le hacen “casita” para que haga pipí. Estás en las mismas condiciones: hace un ratote que te hizo efecto la botella de litro y medio. Por fortuna te falta poco para llegar a Tabachines. Dos cuadras solamente, estarás deslizándote en el Paso Exprés y sin embargo no te salvará del embotellamiento. Lo comparas con el juego de la oca: carriles centrales angostos y sin acotamiento, camiones cargueros y de pasajeros que pasan rosando tus espejos laterales. Confirmas que Cuernavaca es una ciudad de primera, porque manejas en primera y no alcanzas a meter segunda. Coche pegado con coche, besándose las “facias” hasta que al fin consigues llegar al hogar, dulce hogar. Ni te acuerdas de meter el “Vocho”. Corres al baño y sólo después de que has vaciado la vejiga sientes que el alma te vuelve al cuerpo. Tu mamá te regaña porque tardaste mucho. Subes a la recámara, te vas a recostar pero tu esposa te pide (¡ordena!) que vayas a la farmacia, pues la medicina que ha tomado no le hizo nada. Te le quedas viendo y piensas: “ahora sí la mato”. Pero ni modo: de nuevo a la calle y que Dios te agarre confesado... Y eso que seguimos en pandemia, que poca gente sale a la calle… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán jmperezduran@hotmail.com 

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