Rumbo a la cabecera municipal de Jiutepec, unida hasta inicios de los ochenta a la capital por la carretera federal de sólo dos carriles, la Ciudad Industrial del Valle de Cuernavaca (CIVAC) era y sigue siendo el centro fabril que da más empleo en Morelos. Cerrada en el cuatrienio 1994-98 de Jorge Carrillo Olea, la planta de Química Mexama había sido la fábrica pionera. Esta historia viene de 56 años atrás, cuando comenzó a trabajar la planta de coches nipones. “La Dasun”, sin la “t”, le llamaba la primera generación de obreros. Presumían: “¿dónde trabajas? ¿En la Dasun?”, aludiendo el primer modelo de la Datsun, el Bluebird. A punto de arrancar la ensambladora de automóviles, los obreros eran capacitados en uno de los apartamentos del primer nivel del edificio Benedicto Ruiz, por la entrada del número 17 de la calle Miguel Hidalgo que rentaban “carísimo”: 700 pesos. Poco a poco empezó la producción de coches en la ensambladora japonesa con el modelo pájaro azul. Los ejecutivos japoneses que vinieron a la ceremonia de la colocación de la primera piedra le obsequiaron perlas al historiador Valentín López González, al gobernador Emilio Rivapalacio Morales y al empresario Raúl Iragorri Aranda, a quienes el mandatario estatal había puesto al frente de las direcciones de Fomento Industrial y Fomento Turístico, creadas ambas instituciones como parte del proyecto económico de Morelos. Un acontecimiento preñado de historia que ligó la entidad morelense al país del sol naciente en una relación binacional. Testigo de situaciones y protagonista de hechos que dieron paso a la creación de CIVAC, el desaparecido alcalde de Cuernavaca, López González –nos dejaría el 10 de septiembre de 2006– contaba esta historia: Mucho antes de que en junio y luego en septiembre, los presidentes municipales tomaban posesión del cargo los unos de enero. Valentín lo hizo el primer día del año de 1964. Don Emilio Rivapalacio, quien había sido el oficial mayor de la Presidencia de la República con Adolfo López Mateos, se preparaba para tomar posesión de la gubernatura, en mayo del mismo año. Apenas empezaba la temporada de lluvias, la recaudación de impuestos bajaba hasta desplomarse. Los agricultores destinaban el poco dinero que tenían a la compra de semillas para sembrar, y las zafras, que no terminaban sino hasta la caída de las primeras lluvias, paralizaban la actividad de los ingenios de Zacatepec, Oacalco, Casasano y Cocoyotla. Así, el dinero no llegaba a las tesorerías del estado ni de los municipios, y era necesario crear un polo que generara una derrama económica, fábricas donde los obreros cobraran un salario cada semana y empresas que requirieran insumos y pagaran impuestos. Licenciado en economía e ingeniero agrónomo, Rivapalacio concibió una solución al problema: fundar un parque industrial. A ello se abocó, trajo un equipo de economistas del Banco Nacional de México que más tarde manejaría un fideicomiso para el manejo de la nueva zona fabril y al poco tiempo ya estaban aquí las inversiones de las primeras factorías, principalmente Nissan Mexicana. Desde entonces, nada siquiera parecido en materia de empleos ha ocurrido hasta hoy. Una suerte de maldición que puede terminar con la generación de 8 mil puestos de trabajo del proyecto de la mina de oro y plata de la empresa Alamos Gold, en Temixco… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán jmperezduran@hotmail.com 

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