Sara de 13 años ya estaba en la etapa en la que quería tener su primer novio y comenzó una relación con un joven de 17 años con quien se fue a vivir, contó su hermana Mireya.

Durante los ocho meses que su hermana estuvo con el joven fue víctima de violencia física, sexual y psicológica y que por miedo de que su familia le diera la espalda es que siguió con su pareja.

Un día, cansada de los abusos y sabiéndose embarazada –un embarazo que ella no deseaba y que fue producto de la violencia sexual que vivió- tomó la decisión de dejarlo.

“Llega el momento que mi mamá me comenta que habían ido a ver a un médico particular que le dijo que la podía tratar para interrumpir el embarazo porque tenía apenas 14 años (…) supuestamente le practica un legrado y posteriormente (mi hermana) migra al Estado de México”, detalla Mireya.

Las dos hermanas estaban de nueva cuenta juntas, y la joven retomó la escuela, pero al paso de las semanas se percataron de que el embarazo de Sara no había sido interrumpido.

“Desafortunadamente por el trabajo no me di cuenta y pues no sé si le practicaron o no el legrado porque estaba embarazada. Creo que fue en la semana 12, ni se le notaba, pero sigue transcurriendo el tiempo, ya cuando ella se encuentra conmigo resulta que ya tenía 5 meses”, recuerda.

“Donde vivo no tenía cosas, solo una mesa, una camita y pues casi siempre conversábamos en la mesa, entonces realmente el vientre pues no (se veía), para mi fue normal decir ‘está gordita’, pero no, no era eso”.

Para salir de dudas, Sara se hizo una prueba casera de embarazo.

“Yo veía la ilusión en sus ojos de querer acabar la secundaria y una vez que se hace la prueba sí fue algo… ver la mirada decaída, las lágrimas y decirme ‘es positivo’”, añade Mireya.

Sin saber qué hacer, las hermanas permanecieron en casa buscando opciones, pero una madrugada Sara comenzó a tener un sangrado muy prolongado en su nariz. Cuando amaneció y pudieron tomar el transporte público, Mireya la llevó al hospital.

Ahí la valoraron y confirmaron que tenía anemia. Al percatarse de que estaba embarazada y que tenía apenas 14 años, una doctora le preguntó si realmente quería ser madre, a lo que Sara no pudo contestar y solo se soltó a llorar. La joven ya tenía 22 semanas de embarazo.

Esta doctora es quien les recomienda ponerse en contacto con una asociación en la CDMX para que revisen su caso y exploren las posibilidades de interrumpir el embarazo.

“Ven que es un embarazo de alto riesgo, primero por la edad y por el estado físico que tenía, además tenía anemia. Ahí le dijeron que si lo llevaba a término podría haber alguna situación que pusiera en riesgo su vida”, dice Mireya

“Ese procedimiento tardó aproximadamente 20 días y su recuperación tomó como dos semanas y después se incorporó de nueva cuenta a la secundaria. Todo terminó satisfactoriamente”.

Mireya dice que los abogados le explicaron que la interrupción a las 24 semanas de embarazo fue posible porque se trataba de un embarazo de alto riesgo y por la violencia sexual y física que había sufrido en manos de su expareja.

“Viéndolo desde otra perspectiva allá (en la CDMX) fue muy fácil, hasta le dieron métodos anticonceptivos y le dijeron, ‘la decisión es tuya’”, reconoce Mireya.

En Tlaxcala, recuerda, su hermana le contó que antes de irse a vivir con su entonces novio ella y su mamá fueron a un centro de salud a pedir anticonceptivos pues ya tenía deseo de iniciar su vida sexual, sin embargo, recibió una respuesta negativa pues por su edad -en ese entonces 13 años- le dijeron que no podían darle nada.

Hoy Sara ya terminó la secundaria y ha empezado el bachillerato. Su hermana afirma que es otra persona, con mucha confianza y una madurez envidiable.

Aunque la pandemia de COVID-19 ha truncado un poco sus planes, ella continúa estudiando y dice que en un futuro quisiera ser maestra como su hermana o bien enfermera.

“Ahora vive la vida que creo que cualquier adolescente tendría que estar viviendo: divertirse, estar con sus padres, convivir con su familia”, concluye Mireya.

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