El alcalde electo de Cuernavaca, José Luis Urióstegui Salgado, resume contundente: si la estrategia del Mando Coordinado no ha dado resultados en nueve años, no los dará nunca. Sobre la declaración en el sentido de que la licencia de armas (de grueso calibre) es de la Policía Estatal (y no de las corporaciones municipales), Urióstegui expresa otra verdad de a kilo, que “la licencia no es determinante para permanecer o no en el mando coordinado; los policías traen armas que no usan durante años”.

Y si de modos de combatir el crimen se trata, el ex procurador de justicia y ex secretario municipal de Seguridad Pública de la capital adelanta que su estrategia de seguridad se centrará en la prevención del delito para disminuir la incidencia delictiva que registra Cuernavaca. La cuestión es para qué mantener lo que de sobra ha mostrado que no sirve.

Y la pregunta: ¿el interés porque continúe el mando coordinado o único es tipo social, político o económico? Lo que podría deducir una encuesta popular estilo Andrés Manuel López Obrador, organizada por la Comisión Estatal de Derechos Humanos, una o algunas agrupaciones no gubernamentales, formulando estas y otras preguntas a los ciudadanos: ¿se siente usted seguro con los policías del mando coordinado?, ¿considera usted que con el mando coordinado ha mejorado la seguridad? Las respuestas serían obvias.

Y a propósito de estrategias de seguridad ciudadana, tal vez plantear la posibilidad de revivir el modelo del policía de barrio. Hace tantos años que no funciona, que las generaciones jóvenes no creen que alguna vez la gente dormía con las ventanas abiertas. Era el antiguo policía de barrio, olvidado, sacado del panorama de pueblos y ciudades.

Otra es o fue la policía de rondas, cuerpos integrados por vecinos que no hace mucho operaban u operan todavía en algunos poblados de usos y costumbres como Ocotepec. Y otra la figura del policía pagado por el gobierno, que estaba adscrito permanentemente a un sector específico para que vigilara y previniera la comisión de delitos.

Llamado policía de barrio, era el gendarme comisionado de fijo y permanentemente en el mismo punto de la ciudad hasta ser parte del paisaje del barrio o colonia.

Conocía a los vecinos por sus nombres, sabía dónde vivía cada uno y éstos conocían al “poli”, de manera que al guardián le era fácil reaccionar ante la intromisión de cualquier extraño y evitar los asaltos callejeros, los robos a domicilios y de automotores, que rara vez sucedían. Si antes se pudo, probablemente también hoy. O el caso, por ejemplo, de los policías comunitarios como los que no hace mucho tiempo operaban o hay actualmente en Tetela Volcán.

Se les supo recorriendo el pueblo y patrullando el bosque, reportando por radio a talamontes y a otros delincuenciales a la Policía Municipal y la Estatal. El hampa no es invencible, sino cuestión de voluntad política por parte de la autoridad… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 

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