En Cuernavaca había muchos, pero no tantos como en la Zona Rosa del Distrito Federal. Hippies. Los “churros” de la época que abarrotaban los cines los retrataban enfundados en pantalones acampanados y telas a rayas o mezclilla, cinturones gruesos de hebillas descomunales, playeras desteñidas, huaraches de fraile o incluso descalzos. Las melenas eran de rigor y menudeaban los bigotes estilo Zapata. Había rock, mucho rock, y entre más pesado mejor. Algunos hippies “se las tronaban”, “le quemaban las patas al diablo”, fumaban mariguana, pues, pero también había “metodistas”, o sea que se metían de todo, además de “mota”, “pastas” (pastillas) y uno que otro presumía haber viajado a Huautla, Oaxaca, para disfrutar el verdadero “viaje” masticando los hongos alucinógenos que volvió internacionalmente famosos la chamana mazateca María Sabina.

Los “hipiosos”, como los descalificaba la gente “fresa”, se reunían en la que me parece se llamaba “Moby Burger”, la primera franquicia de hamburguesas que llegó a Cuernavaca y se instaló en el patio del edificio Las Plazas, donde a poco sería clausurada por una riña inaudita en la que hubo un asesinato. En el segundo piso funcionaba el bar “Tótem”, y un par de cuadras abajo la discoteca “Tabasco” (no “disco” y menos “antro”, peyorativo este último debido a que la clientela de este tipo de emborrachadurías era gente de baja estofa) que luego fue “Los Veinte”, enfrente de la gasolinería del DIF. Todo esto sucedía dos o tres años después de que cerró el “Mamá Carlota” mero en el Jardín Borda, nepotista, y tan fue así que la influencia política del propietario terminó junto con el sexenio 1970-76 del gobernador Felipe Rivera Crespo. Una tarde de verano que conducía mi auto “chocolate” –no “caliente”, como era común que circularan tantos– por la calle que lleva al Club de Golf Cuernavaca, alcancé a ver a dos amigos. Se hallaban en la banca de piedra rosada que aún existe, uno sentado y otro parado, así que me detuve momentáneamente. Joel y Ramiro eran de los hippies más populares, gruesos, convencidos y practicantes de la filosofía de amor y paz… y de la mariguana.

Ramiro estaba sentado y Joel parado a su lado, ambos descalzos, no porque no tuvieran huaraches, sino porque seguramente los habían dejado en cualquier lugar sin darse cuenta. Me saludaron con un “¿qué onda, carnal?” y les contesté que todo estaba bien. En ese momento, Joel pateó un pedazo de vidrio de una botella rota que estaba en el suelo y le causó una cortada como de cinco centímetros, tan profunda que se veía la grasita de la herida de la que de inmediato escurrió un chorro de sangre. Joel siguió pateando los vidrios, parecía que la herida no le dolía, estaba muy enojado… y sobre todo “pacheco”, tanto que parecía no sentir dolor. Ramiro tampoco se encontraba en sus cabales, así que “regañó” a Joel. Recuerdo que le dijo algo más o menos algo así: “¡Cálmate, brother! Los vidrios no saben lo que hacen, son materia inanimada, su intención no fue lastimarte, pero tú los lastimas, los pateas!”.

Los dos estaban hasta la madre. Si escucharon que me despedí, no me di cuenta, dije “ahí nos vemos”, puse en “drive” la palanca del Impala y enfilé hacia la avenida Morelos. Pero no pasó nada, la seguridad era u a delicia, las drogas se reducían a la mariguana, la cocaína era presunción de películas de gringos ricos y prácticamente desconocidas las drogas sintéticas.

Eran inimaginables notas rojas como estas de ahora: La Secretaría de la Defensa Nacional informó que el pasado fin de semana fueron asegurados más de cinco kilos de polvo blanco (al parecer cocaína) durante un cateo realizado en una vivienda de Cuernavaca. “Igualito” que ahora… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com 

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