El grupo de cuernavacenses que este martes convocó a una marcha por la paz para el domingo 1 de diciembre, contabiliza 59 secuestros, 28 feminicidios y más de mil 300 asesinatos ocurridos en lo que va de este año. “No se puede gobernar jugando partidos de fútbol”, ironizaron Rafael Cepeda, Eduardo Maigre, Diana Mateos, Miguel Ángel Castañeda, Paola García Sela y más en rueda de prensa. ¿Y el obispo Ramón Castro Castro? El señor Obispo no ha dicho que irá a la marcha; a diferencia todo cuanto hizo y dijo antes en materia de seguridad, ¿hoy su interés personal ve un Morelos tranquilo? Quizá la respuesta la sabe el Papa Francisco. A unos pasos del lugar de la convocatoria, pocas horas después un joven de 20 años es asesinado por su hermano de 17. Se hallan afuera del pasaje Caballero Díaz, y a los peatones –que en ese momento de la tarde-noche se cuentan por docenas– los dos balazos les suenen como cohetes. Aparentemente el padre de la víctima ha presenciado el crimen, y quién sabe si también lo vio el policía que providencialmente se encuentra ahí, pero como quiera asegura al asesino, quien por ser menor de edad no irá al penal de Atlacholohaya sino al tutelar de menores. A la gente que se maneja en el centro histórico, el homicidio de anteayer le hizo recordar que a pocos metros del acceso al pasaje del doctor Caballero sucedió el doble asesinato del empresario Jesús García, “Don Chuy”, y del líder de comerciantes ambulantes Roberto Castrejón, el 8 de mayo pasado en un costado del Palacio de Gobierno. Si el Zócalo de Cuernavaca ya había dejado de ser un sitio seguro, en octubre el comisionado de Seguridad Pública Estatal, José Antonio Ortiz Guarneros, admitía el registro estatal de 800 homicidios (ochenta por mes, casi tres diarios), pero se “consolaba” argumentando que el 90 por ciento de los asesinatos suceden por ajustes de cuentas entre los distintos grupos delictivos que operan en la entidad. O sea, según la visión del tutor de la seguridad de los morelenses, puesto que los asesinatos han sido entre delincuentes, ¿no cuentan?, ¿no eran humanos? Bajo esta “lógica”, sólo uno de cada cien asesinatos valdría la pena ser investigados por la Fiscalía General, detectados los presuntos responsables, procesados y encarcelados los sentenciados como culpables. Sin embargo, otro abismalmente distinto era –y es, pues sustancialmente no ha cambiado– el apunte del INEGI: durante el lapso marzo-junio de 2019, en Cuernavaca la percepción de inseguridad aumentó de 76.1 a 81.6 por ciento, es decir, que en la capital de Morelos ocho de cada diez residentes se sienten inseguros en cajeros automáticos, restaurantes, calles y en otros espacios de concentración de personas. Una situación real, innegable que en vano suelen negar funcionarios estilo el comisionado de seguridad. Se repite todos los días, a todas horas y en cualesquier lugares. Digamos que conduces de noche y no es muy tarde aún; la carátula luminosa del radio te da la hora: 10.15. En la calle donde vives la falta de alumbrado artificial torna más negra la noche, así que avanzas con precaución, atento a los espejos laterales y el retrovisor, temiendo que en cualquier momento te salga un asaltante en taxi o en motocicleta. La inseguridad te volvió precavido. A la mañana siguiente haces la primera parada en el crucero donde le das la propina a tu nuevo amigo, el chico de no más de diez años que se trepa en el cofre y le pasa un trapo cochambroso al parabrisas. La escena se repetirá en cada semáforo hasta que llegues a tu cita de negocios. A unos ya los conoces y a otros no. Está el señor de edad avanzada y aspecto andrajoso que implora limosna, la muchacha con el cabello pintado color zanahoria que hace piruetas con los aros, el faquir encuerado del dorso y recostado boca arriba en una cama de vidrios, la niña y el niño de diez o doce, al parecer hermanitos, que venden flores, y el chamaquito de seis que mete medio cuerpo en el coche, hurgando con la vista ansiosa, pidiendo que le des la pluma inservible, el encendedor desechable, cualquier cosa. Paras en el Oxxo de siempre, retomas el volante y repites la propina al “viene, viene”. Arrancas rumbo a tu casa, piensas que vives una tarde como cualquier otra pero de equivocas. Se te empareja una “moto” montada por dos sujetos encasquetados. El que hace de copiloto blande una pistola, te hace la seña de que pares, ordena: “¡el dinero!”. Dices que no traes, no te cree y te esculca. Furioso, arroja tu cartera al piso, te arranca el reloj, te saca el celular del bolsillo de tu chamarra y los dos se van quemando llanta. No apareció ni una patrulla de la policía y los automovilistas que vieron el asalto pasaron de largo, por miedo… (Me leen mañana).

 

José Manuel Pérez Durán
jmperezduran@hotmail.com 

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