Los cuernavacenses aguantamos, pero a la vez nos indignamos. Por años, nuestra ciudad ha sido un desorden. No Reelección: puestos de tacos de canasta en las banquetas, bolsas de plástico sucias colgadas de la pared; banquetas y guarniciones destruidas, pisos cacarizos, atestado de baches; marañas de cables de luz, telefonía y televisión que penden de postes y muros; hedor a orines en la entrada del ex estacionamiento del Congreso, mugre por doquier. El mismo panorama está garantizado a lugareños y turistas en Degollado, Tepetates, en todo el centro histórico, incluida la calle Guerrero no hace mucho tiempo remodelada, adoquinada, libre del cablerío aéreo, pintadas las fachadas de colores uniformados pero igualmente cochambrosa; escasos los botes para la basura y gente, mucha gente tirándola en el piso. El Jardín Juárez y la Plaza de Armas tampoco son ejemplos de limpieza y orden. Voraces, hace años que el o los dueños del edificio Las Plazas rentaron los pasillos que eran públicos, para la gente, no para changarros que dificultan el paso de los peatones obligados a bajar de la banqueta de La Universal para no ser arrollados por el “trenecito”, expuestos a que algún coche se los lleve de corbata. Hace tantos años que el centro no es desrratizado, que las nuevas generaciones ignoran que hasta 1997 ahí las ratas eran envenenadas de cuando en cuando. Eran tantas, que llenaban varios camiones de volteo con miles de roedores llevados, para enterrarlos o quemarlos, a algún lugar secreto. Y si entonces las ratas formaban montañas, hoy suman muchas más. Orden, es lo que no aplicaron los alcaldes de al menos veinte largos años, incluido en el catálogo de la anarquía el comercio ambulante al que por estos días no se trata de erradicar, sino de ordenar. Desalojados los comerciantes callejeros que por años estuvieron en la banqueta del hospital del Seguro Social de la avenida Plan de Ayala, la mayoría de los cuernavacenses concuerda con la decisión del presidente municipal Antonio Villalobos. Reubicarlos en el Parque Melchor Ocampo, o en otro lugar, no será fácil pero sí necesario. Y probablemente no serán los únicos, si liberadas de vendedores ambulantes son próximamente las banquetas de Guerrero, Degollado, No Reelección y más arterias del centro histórico... Un tema que además de con el orden urbano tiene que ver con la movilidad de las personas. Ciudad atrasada la nuestra en materia de infraestructura, lo es porque obras grandes hace años que no son realizadas en Cuernavaca. Podríamos decir: algo así como una maldición. La última importante data de los ochenta: la avenida Teopanzolco, impecable, tendida la carpeta de concreto duradero, no chapopote efímero, cuya conclusión fue proyectada hasta el libramiento de la autopista pero topó con la casa de un político influyentón, abajito de Las Quintas. Después vendrían otras obras menores o medianas. En la época de los gobiernos panistas: la conexión de las avenidas Zapata y Domingo Diez y El Puente Idiota del crucero de La Selva, bautizado así por el populacho que no se equivocó, pues en vez de aligerar la circulación, la complicó. Y en la administración municipal priista 2019-2012, la reconstrucción de la avenida Morelos Sur y el distribuidor vial de Buenavista. Pero hasta ahí, rezagada Cuernavaca de las demás capitales donde la construcción de obras grandes no ha parado en el último medio siglo. La bondad de las obras de gran envergadura es la derrama económica que generan durante su realización. Ganan dinero desde las empresas constructoras, camioneros de acarreo, arquitectos, ingenieros, maestros de obra, peones albañiles, casas de materiales y hasta los taqueros. Y mejor, aunque por lo regular este no ha sido el caso, cuando el gobierno contrata a compañías constructoras locales y no foráneas, interesados los funcionarios de las áreas respectivas en el negocio de los “moches” y no en el beneficio de la sociedad… (Me leen mañana).

 

José Manuel Pérez Durán
jmperezduran@hotmail.com 

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