Todavía está oscuro y deberá pasar una hora más para que el sol acabe de asomarse. Pero tú debes dejar la cama para ir al trabajo. Te bañas, no con agua tibia sino fría. Prender el boiler significa levantarse un poco más temprano, dormir unos minutos menos y gastar más en el gas. De cualquier manera, estás acostumbrado a dejar la cama antes del amanecer y, como pasas todo el día sentado, sientes que el agua fría te hace bien para la circulación. Eres taxista. 
A las diez de la mañana ya llevas cuatro horas manejando y hace cinco que te levantaste. Es momento de disfrutar un taco acorazado en el puesto callejero donde puedes gastar cuarenta pesos. Para no variar, te dejaron seco los cincuenta que le das diario pal’ chesco al agente de tránsito del mercado Adolfo López Mateos. Sólo así te deja levantar señoras con canasta en el andén, la cuota es de ley y el mordelón no fía. 
A las tres de la tarde rescatas de la cajuela el lonche que te preparó tu señora, pero si no te gusta, de nuevo con la gorda del puesto que a veces te fía. Terminas de comer, conversas con tus amigos taxistas sobre cualquier cosa: del partido de fútbol que jugaste el domingo y ganaste, del patrón que es ojete, pues nunca ha querido darte Seguro Social. Y otra vez a “camellar”.
Para entonces llevas diez horas lidiando con las cosas de siempre: el chavo fresa que conduce un carrazo y te mienta la madre porque no te puede rebasar, el bache que sacude tu taxi, el pasajero que te reclama porque manejas como loco, el agente de vialidad del centro histórico al que has hecho amigo pero te ve hablando por el celular y te hace la señal de que te va a infraccionar. 
Son las cuatro y apenas has sacado para “la cuenta” del patrón y la gasolina, así que sólo te quedan unas cinco horas para que puedas juntar lo tuyo. Vas haciendo cuentas cuando te aborda un chamaco. Lo ves rápidamente por el espejo retrovisor. No tiene ni veinte años, pero ya parece malandro. Lo que no te imaginas es que está armado. Te pone la escuadra en la cabeza, te ordena que le entregues el dinero, te quita el celular y las llaves del taxi. Antes de irse arranca de un tirón el radio de tu taxi y se lo lleva bajo el brazo. Ríe burlón, huye y nada puedes hacer más que empezar a caminar y conseguir prestado un celular para avisarle a tu patrón que otra vez te asaltaron. Hablas al 911. La operadora te pregunta para dónde y en qué se fue el asaltante. Contestas desesperado: “No sé, creo que rumbo a Temixco en un taxi que pasó a recogerlo”. Quieres irte a tú casa, pero no puedes; tu mal día no ha terminado aún. Después de hablarle a tu patrón deberás ir a la Fiscalía a presentar la denuncia, y es de madrugada cuando por fin enfilas tumbo a tu hogar, dulce hogar. 
Cuando te vuelves a sentar frente al volante la radio de tu taxi tiene una buena nueva para ti. Informa la voz impostada que los senadores aprobaron reformas a la ley federal del trabajo por la que los trabajadores tendrán más días de vacaciones. El primer año 12 en lugar de 6 días de vacaciones que aumentarán 2 anualmente hasta llegar a 30 días de asueto por cada año subsecuente de servicio. Reflexionas: una maravilla que en los casos de los taxistas y choferes de rutas sería doble, pues diario trabajan el doble de las ocho horas de ley. Eso es lo bueno. Y lo malo, que si los patrones de los taxistas y los ruteros jamás les han dado Seguro Social, menos les van a pagar vacaciones aunque trabajan de sol a sol. Piensas que ojalá pudieras hablar con Andrés Manuel López Obrador para decirle que en México hay trabajadores de primera, segunda y  tercera clases… (Me leen mañana).

Por: José Manuel Pérez Durán

/jmperezduran@hotmail.com 

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