Por segunda ocasión esta noche no habrá “grito” de Independencia en el Zócalo de Cuernavaca. El año pasado tampoco hubo, huelga decir, por la pandemia del Covid-19. Igualmente suspendida la fiesta de Tlaltenango, ¿cómo celebrábamos los de Cuernavaca esta que es una de las festividades católicas más antiguas de México? La tradición era caminar de madrugada hacia Tlaltenango. Lo hacían chavos y chavas, papás y mamás en los sesenta, los setenta, los ochenta. Esa noche no dormías. La caminata iniciaba por ahí de las dos de la madrugada, la gente de los barrios del centro se dirigía a la iglesia subiendo en grupos por Morelos y Zapata. Llegabas, te trepabas a los juegos mecánicos, “ligabas” novia nueva o te citabas con la que ya tenías, combatías el frío calentándote con el faje en lo oscurito o saboreando un atole champurrado, desayunabas más temprano que de costumbre tamales verdes, rojos y de dulce, antes de que amaneciera dabas “Las Mañanitas” a la Virgen y te metías a misa. En los albores de la década sesentera a un camión de la línea Ometochtli se le “chorrearon” los frenos, se precipitó sobre la cuesta de la avenida Emiliano Zapata. Venía de Tepoztlán rumbo a su terminal que estaba en la calle Leandro Valle, cerca de la esquina de Matamoros que refería la estatua de los Niños Héroes. Pero no llegó. El autobús sólo detuvo su loca carrera banqueteando, recargándose en un taller mecánico que estaba una cuadra abajo de la esquina de Obregón y Ávila Camacho. Murieron todos los pasajeros, la ciudad se llenó de luto ¿En aquellos días cómo era el tono de la vida en la Cuernavaca de unos 80 mil habitantes? La música de Los Beatles estaba en su apogeo, estridente la rockola de 20 centavos la pieza en la fuente de sodas “Blancanieves”, en la esquina de Clavijero y Gutenberg. En el fondo de la parte baja del edificio Las Plazas se concentraban los hippies, la mayoría locales y uno que otro gringo. Ahí se estableció la primera hamburguesería de franquicia, el Burger Boy, concurrida por muchachos enfundados en pantalones acampanados, playeras desteñidas y huaraches, y chicas en minifaldas atrevidas, blusas de colores chillantes con dibujos sicodélicos y sandalias de correas estilo romano. Naturalmente no todo eran melenas alborotadas, collares de cuentas grandes, marihuana barata, rock y sexo sin compromiso. La ciudad de las barrancas y las colinas mostraba otros colores. Remunerativo el salario mínimo, a las familias de obreros les alcanzaba para vivir modestamente pero sin pasar pobrezas. La élite de trabajadores especializados de la recién instalada planta ensambladora de coches Datsun (Nissan Mexicana), torneros, pintores, tapiceros, etc., ganaban cien y más pesos diarios equivalentes a unos mil de hoy. La fábrica de Textiles Morelos estaba en su apogeo, daba cientos de empleos, vivienda y escuela a los hijos de sus obreros. Hoy los viejos recuerdan tristes, nostálgicos. Lamenta el octogenario sentado en la banca del Jardín Juárez: “La alegría se fue y está cabrón que regrese”… Por cierto: ceremonia del “grito” sí habrá en Aguascalientes. Limitado el aforo a unos ocho mil hidrocálidos, bordeada la Plaza de la Patria por arcos sanitizantes y obligado el uso del tapabocas, la verbena popular abrirá un paréntesis de sonrisas en los horrores de la pandemia. ¿Por qué allá sí y aquí no? “Gracias” a la insensibilidad del gobierno… (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán jmperezduran@hotmail.com 

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