Para resolver el problema de la deficiencia del alumbrado público de Cuernavaca parece haber sólo dos sopas: concesionarlo a alguna empresa privada por medio de un concurso de adjudicación o que el Ayuntamiento firme directamente un contrato público con una compañía particular. Dos vías nomás, descartada de antemano una tercera opción “por exceso de dinero”, más de 300 millones de pesos que el Ayuntamiento no tiene… ni tendrá. Viejo el problema que el paso de los años convirtió a la nuestra en una ciudad casi en tinieblas –únicamente el 60 por ciento de las calles cuentan con luz eléctrica–, las propuestas de solución serán sometidas a una consulta popular que se ha solicitado realice el Instituto Morelense de Procesos Electorales y Participación Ciudadana. Con este propósito ya se ha instalado una comisión especial integrada por un regidor de cada partido político así como representantes de las dependencias municipales Servicios Públicos, Alumbrado Público, Tesorería, Seguridad Pública y Consejería. Ha sido el propio alcalde Antonio Villalobos Adán quien detalló las posibles soluciones al viejo problema del alumbrado nocturno, anteayer durante una gira de trabajo en su oficina móvil… El quid: abandonada por sucesivas administraciones, paliado el problema con velitas, incrementado constantemente el recibo de la luz, la consecuencia es una Cuernavaca oscura, tétrica, peligrosa.  Y la postal cotidiana que acentúa la sensación de inseguridad colectiva, en la que de pronto la llanta derecha del coche choca contra algo que el conductor no logra ver bien pero le parece un pedazo de riel que sale del piso brillando en la oscuridad ¡Pack! El golpe ha sido brutal, y la duda seguirá pues por seguridad decide que no debe parar. De hecho, pocos automovilistas lo hacen. A partir de las diez la mayoría maneja rápido, mirando a los lados, espejeando atrás, alertas ante cualquier sospechoso, pasándose con precaución el rojo de los semáforos. Teme: ¿se rompió la suspensión? Repararla le costará un ojo de la cara, no fue su culpa, pero ya que el Ayuntamiento no le reembolsará el gasto de la compostura él se conformará mentando madres, aunque nada ganará. Apenas lo ve, para junto al foco del portón de una casa particular; aprovecha porque en toda la avenida no hay alumbrado público. Checa el neumático, sacude el carro de un lado a otro, se agacha, busca con la lámpara de pilas algo que esté roto pero por fortuna todo parece estar bien. Menos mal. Llega al inicio de la calle donde vive y ahí también el alumbrado artificial brilla por su ausencia. Recuerda que la única luminaria que funcionaba se fundió hace más de dos años; lo tiene presente porque era época de Posadas y por su amigo el tamalero que se apostaba bajo el claro de luz al pie del poste. Así que avanza cuidadoso, escudriñando los espejos laterales y el retrovisor, temiendo que en cualquier momento aparezca un delincuente en taxi o en motocicleta. Sabe que llegado el caso no le quitarían gran cosa: hace tiempo que casi no carga efectivo, cincuenta o cien pesos en la cartera, un montoncito de monedas en la consola del coche, la tarjeta de débito para la gasolina y algún otro gasto. La inseguridad lo volvió precavido. A la mañana siguiente, le echa otro vistazo al carro, comprueba que no tiene nada que parezca anormal y respira aliviado pensando que “se ahorró” varios miles de pesos por la reparación que no pagará. Conducir a su trabajo le lleva quince minutos, treinta topes y doscientos baches. Lo sabe porque los ha contado, y está acostumbrado a manejar echándole un ojo al gato y otro al garabato. Esquiva un hoyanco, pero son tantos y tan juntos que no puede evitar caer en otro. Pasa despacio los topes, pero algunos resultan tan altos que raspan la panza del auto. Cruje la suspensión y él aprieta los dientes. Pero para dentadura la del policía de vialidad que lo ve pasar, indiferente. Piensa: “no soy cliente. Sus clientes son los que manejan camiones y camionetas llevando carga”. En ese momento suena el celular, se orilla y sólo entonces contesta. Vaya a ser que el agente de tránsito lo vea telefoneando mientras volantea y se la aplique. Observa a hombres y mujeres manejando entre baches y topes, sorteando a los peatones que cruzan la avenida, imprudentes, distraídos, con la mirada perdida, usando para hablar o mensajear los celulares como si nadie hubiera más que ellos, las calles fueran nomás para caminar y no hubiera coches… (Me leen mañana).

 

José Manuel Pérez Durán
jmperezduran@hotmail.com 

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