Es requisito que un modesto policía preventivo debe haber cursado la escuela secundaria. En la CDMX, los aspirantes a ser policías de cruceros tienen que presentar el certificado de estudios de nivel medio superior, es decir, preparatoria o bachillerato. Sin embargo, para ser desde gobernador hasta presidente municipal, senador, diputado federal o diputado local no es necesario acreditar estudios primarios y menos profesionales. De acuerdo a la Constitución Política de Morelos, el jefe Ejecutivo debe ser mexicano por nacimiento o por residencia con una vecindad habitual efectiva en el estado no menor a doce años inmediatamente anteriores al día de la elección, estar en pleno goce de sus derechos y tener treinta años de edad cumplidos el día de la elección La residencia, precisa el artículo 58, no se interrumpirá por el desempeño de un cargo de elección popular al Congreso de la Unión o un empleo, cargo o comisión en la Administración Pública Federal y tener treinta años de edad cumplidos al día de la elección. Pero una cosa es que así ha funcionado el estado y otra que ya es hora de que cambien las cosas. No es posible que para ser funcionario de elección popular baste con saber leer y escribir. Su nivel de cultura académica debe ser más alto que el porcentaje del ciudadano promedio, y en este sentido debería abocarse a legislar el Congreso del Estado. Anécdotas como esta ya no aplican: de apellido Perdomo y si mal no recuerdo llamado Francisco, al diputado local de fines de los setenta que no sabía leer y escribir el gobernador Armando León Bejarano le jugó una broma pesada. Sabiéndolo iletrado, le pidió en un evento público que pasara al micrófono y leyera un oficio en el que cierta comunidad solicitaba la realización de una obra. Perdomo sudo la gota gorda, fue obvio que mentalmente le mentó la madre al bromista, pero incluso así tomó la hoja tamaño oficio y simuló que empezaba a leer cuando el Gobernador lo interrumpió, diciéndole: “Señor diputado, tiene usted el papel al revés”. Por unos segundos el silencio cubrió el evento, y estallaron las carcajadas cuando Perdomo aventó el papel a un lado y visiblemente encabronado espetó: “¡Así leo yo, chingao”. Hoy, algo así no sería anecdótico sino vergüenza…

UN cachito de historia: una de las leyes del poder dicta que éste nunca se entrega ni se obtiene por las buenas o al azar. Nada de eso: el poder se arrebata. No sólo en la cultura política de México, sino de todas las latitudes y tiempos el poder político derivado del mando –ya sea obtenido a la fuerza o con el disfraz de la democracia– es, invariablemente, producto de una lucha encarnizada. Primero la mexicanísima “grilla”, luego los magnicidios (Colosio, Kennedy) y después los complots de estado (Cárdenas, López Obrador). El poder es consustancial a la naturaleza humana, por lo que tiene de egoísmo, narcisismo y megalomanía. Son los extremos de estos rasgos lo que llevan a arrebatarlo de cualquier forma, “haiga sido como haiga sido”. En se ha pasado del asesinato artero a la “ingeniería electoral” para hacerse del poder político. Caso de Felipe Calderón y el INE...

Conclusión que da pie un breve recuento de lo que han sido los fraudes electorales, a partir, por ejemplo, del cuartelazo que en noviembre de 1876 colocó a Porfirio Díaz en la Presidencia de la República. Fallecido Benito Juárez, la ley de entonces mandaba que el presidente de la Suprema Corte de Justicia ocupara interinamente la Presidencia, cargo que tenía don Sebastián Lerdo de Tejada, para después convocar a elecciones constitucionales. Pero el ambicioso caudillo oaxaqueño no se esperó y ocupó el Palacio Nacional, obligado Lerdo a huir a Veracruz. A las dos de la mañana del 21 de noviembre, el defenestrado Presidente salió de la Ciudad de México, perseguido por los leales del futuro dictador; quien, para no dejar riesgos en el camino, envió a su personero asentado en el puerto jarocho el telegrama con la tristemente famosa frase de “mátenlos en caliente…”, deshaciéndose de los lerdistas y más enemigos políticos, y de paso, eliminando mediante un exilio en Nueva York, de por vida, a Lerdo de Tejada… (Me leen mañana).

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