Estrechas, las calles de Cuernavaca fueron trazadas al garete sobre una topografía accidentada de subidas, bajadas y colinas cruzadas por barrancas que serpentean de norte a sur. Pequeña la ciudad, rodeada de pueblos que el tiempo convirtió en barrios y más tarde en colonias como Acapantzingo, Amatilán y San Antón, la gente se transportaba a lomo caballo, las mercaderías en carretones jalados por mulas y en un tranvía de recorrido corto. Siguió siendo suficiente el espacio cuando aparecieron los primeros automóviles, hasta que Cuernavaca se pegó con Temixco, Zapata y Jiutepec. Tiempo después explotó el parque vehicular al ritmo de uno por cada cinco habitantes, mientras en medio del atraso de medio siglo en términos de infraestructura urbana Cuernavaca abrió o amplió vialidades como Plan de Ayala en los sesenta, Teopanzolco en los ochenta, “El Puente Azul” a fines de los noventa y el parche mal pegado en el crucero de La Selva que la gente bautizó “Puente Idiota”.
Sin margen a la posibilidad de crecimiento más que al poniente, lo cual supone una serie de puentes y otras obras de inversión multimillonaria, la lógica de Cuernavaca apuntó a una ciudad de segundos pisos, al menos en sus principales vialidades. Fue el caso del intento del segundo piso de la avenida Plan de Ayala, anunciado el proyecto en 2009 por el Ayuntamiento. Para ello buscaría la atracción de recursos federales por doscientos millones de pesos –de los de entonces– y el apoyo de diputados federales del otrora poderoso PRI.
Sin embargo y no obstante la necesidad del primero de una serie de segundos pisos, surgió el sabotaje por parte de comerciantes de Plan de Ayala, uno en particular ligado al Gobierno Estatal por ser su proveedor, de modo que en el estacionamiento de su negocio era común ver camiones del gobierno cargando mercancía. Pretextando falta de información o sin que realmente conocieran el tema, un reducido grupo de empresarios y dueños de inmuebles ubicados en el tramo del proyecto del segundo piso se reunieron con funcionarios de la Comuna. Aseguraron que bajarían sus ventas durante el proceso de la ejecución de la obra, lo cual era inevitable en obras de gran envergadura que, una vez concluidas, elevan la plusvalía en el entorno donde son construidas y en este caso resolvería problemas añejos de circulación vehicular en el oriente de la ciudad. Algo parecido había sucedido en ciudades como Guadalajara, Guanajuato, Zacatecas y otras, donde las obras de sus centros históricos detonaron el desarrollo del comercio, la hotelería y otros servicios a turistas y lugareños. De esta manera habría ocurrido en Cuernavaca, a no ser las mentalidades obtusas que a mediados de los noventa ya habían saboteado el proyecto del estacionamiento subterráneo en el Zócalo. En otro lugar que no fuera Cuernavaca, la remodelación integral del centro histórico no habría encontrado resistencia alguna, de manera que hoy sería una realidad la peatonalización del Zócalo y sitios adyacentes.
En esta utopía de una ciudad en la que el protagonismo desaforado no tuvieran cabida, las calles del primer cuadro lucirían limpias y ordenadas, de tonos uniformes las fachadas y los anuncios comerciales, ocultos bajo tierra los cables de energía eléctrica, teléfonos y televisión –como pasa en la calle Hidalgo y el tramo entre Hidalgo Motolinía de Nezahualcóyotl– y un tanto menos caótico el tráfico vehicular, cruzado el
Zócalo por un túnel bajo tierra con la gente desplazándose en espacios exclusivos para peatones. Los comerciantes, que no siempre son los propietarios de los locales donde tienen sus negocios, por el bien de la ciudad y no por intereses personales habrían superado los tiempos de obra en los que ciertamente bajan las ventas, pero luego venden mucho más. Y los dueños de edificios y locales comerciales, ganado en plusvalía, aumentado al doble y más el precio del metro cuadrado, como ha sucedido en las ciudades donde proyectos como el que nos ocupa fueron materializados por gobiernos tomados de la mano con miembros de la sociedad civil y organizaciones comerciales…
Viene a cuento el ejemplo de Zacatecas. Por estos días que vive la víspera de la construcción del segundo piso del boulevard Zacatecas-Guadalupe, la pregunta es: ¿por qué allá sí y aquí no? Lo deseable es que en Morelos el cambio de gobierno incluya el cambio de mentalidad. ¿Se podrá?... (Me leen mañana).
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