El próximo domingo será el aniversario 112 del inicio de la Revolución Mexicana. A una centuria y casi tres lustros, con miles de muertes por la guerra larga contra el narcotráfico que data de 2006, y en medio de pobreza al alza, la pregunta inevitable es: ¿se repiten las condiciones para que en México se esté incubada la revolución social del siglo XXI? La sola pregunta da calosfrío. 
Se volvieron obsoletos los calificativos que se le endilgaron en décadas pasadas, como “institucionalizada”, “traicionada”, “rebasada”, “tecnocratizada”, “neoliberalizada” y un largo etcétera al gusto de los detractores del sistema priista, dueña del membrete o, para decirlo en términos del marketing global, concesionario de la franquicia “revolucionaria”. 
Con la mezcolanza de ideologías cargadas a la derecha del PRI-AN y la derechización del PRD, el concepto de “revolución” no quedó más que en recuerdo sin nostalgia, de la serie de hechos que terminaron con la expulsión de la dictadura porfirista y la secuela de pugnas y magnicidios en la lucha por el poder luego de la revolución por la no reelección de Francisco I. Madero. Nada más.
Lo rescatable del recuerdo de la Revolución Mexicana es la serie de luchas libradas por habitantes de pueblos y comunidades de principios del siglo XX, para sacudirse un sistema, el porfirista, represivo en lo político y opresivo en lo económico. Incluido el sistema multipartidista alcanzado en la segunda mitad de la centuria pasada, los gobiernos del siglo XXI mantienen a la gran mayoría del país en la pobreza y en la pobreza extrema, que no es otra cosa que el eufemismo de la miseria. 
Antes de intentar una aproximación de respuesta, revisemos algunas mediciones de este último fenómeno económico. Para ubicarnos, primero hay que aclarar dos conceptos clave, con base en la Comisión Nacional de Evaluación (Coneval): Pobreza: es cuando una persona tiene al menos una carencia social de los seis indicadores básicos: rezago educativo, acceso a servicios de salud, acceso a la seguridad social, calidad y espacios de la vivienda, servicios básicos en la vivienda y acceso a la alimentación y un ingreso es insuficiente para adquirir bienes y servicios requeridos a fin de satisfacer sus necesidades básicas. Pobreza extrema: cuando una persona tiene tres o más carencias de seis posibles y se encuentra por debajo de la línea de bienestar mínimo. Las personas tienen un ingreso tan bajo que, aun si lo dedica sólo a la compra de alimentos, no adquiere los nutrientes necesarios para tener una vida sana.​
En julio de 2015, el Coneval dio a conocer los datos de la pobreza (P) y la pobreza extrema (PE) en México, con el comparativo entre 2012 y 2104, entre muchos otros. En las cifras de esta medición, que no han cambiado de manera realmente positiva, es donde se estrellan los discursos del “país de las maravillas” de gobierno en turno. 
El deterioro del nivel de vida de la población no se detiene con campañas publicitarias, ni atendiendo a unos segmentos de población y a otros no, ni con la evaluación y medición de los diferentes tipos de pobreza, sino con la recuperación del poder adquisitivo de la gente que trabaja y con la generación de condiciones para que los desempleados no lo sean más. 
Las comparaciones de las cifras de pobres y pobres extremos de hace 112 años, al inicio de la Revolución, con las actuales de nada sirven, debido a las diferencias entre la demografía, la vocación rural y agraria del país en aquel entonces y las actividades de servicios e industria de la actualidad. Lo que sí duele, en cambio, es el nivel de deterioro de la baja o nula calidad de vida de la gran mayoría de la gente. Eso es lo preocupante… (Me leen mañana).

Por: José Manuel Pérez Durán

/jmperezduran@hotmail.com 

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