Uriel Carmona Gándara, fiscal general; José Antonio Ortiz Guarneros, comisionado de Seguridad Pública, y Pablo Ojeda Cárdenas, secretario de gobierno, comparecieron ante los diputados del Congreso Estatal, el viernes. Acertó el lector: el tema fue la (in) seguridad de los ciudadanos. Realizada la sesión a puerta cerrada, según el comunicado de prensa la conclusión fue la coincidencia de los legisladores en subrayar la urgencia de cambiar la estrategia (por otra) que dé resultados a la sociedad. Y problema resuelto, el de la inseguridad pública, si no fuera porque la delincuencia no cree en los discursos de los políticos. Justo en los momentos en que se desarrollaban las “compadecencias”, cuatro sujetos eran retenidos en Ocotepec. Y no por policías, sino por los ronderos, subsistente en esta comunidad indígena del norte de Cuernavaca la tradición del cuerpo de rondas integrado por hombres del pueblo. Más tarde, la Fiscalía informaría que en la cajuela del carro que usó el cuarteto de asaltantes había una mochila con el dinero robado, cien mil pesos… Durante la madrugada y la tarde del sábado, tres hombres fueron asesinaron a balazos en lugares y escenarios distintos, dos en las colonias Agrícola 28 de Agosto y Joya del Agua, municipio de Jiutepec, y uno más en la colonia Benito Juárez de Yautepec. Los policías hallaron dos vehículos con impactos de bala, y una cartulina fluorescente con un mensaje firmado por un grupo criminal… Así la inseguridad que los diputados “combaten” con discursos y comparecencias… AQUELLA noche de hace 52 años la hermana del columnista subió a su departamento de Tlatelolco, justo en el edificio Chihuahua, en un costado de la Plaza de las Tres Culturas. Hacía minutos que la balacera había terminado en esa zona de la ciudad. Ella que vio sangre en el piso de la escalera por donde subía contaría después, estremecido el cuerpo por el recuerdo atroz: “sentí que olía a muerte”. Las crónicas de la masacre tardaron tiempo, algunas medrosas e incompletas como ésta: “A las cinco y media del miércoles 2 de octubre de 1968, aproximadamente diez mil personas se congregaron en la explanada de la Plaza de las Tres Culturas para escuchar a los oradores estudiantiles del Consejo Nacional de Huelga (CNH), los que desde el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua se dirigían a la multitud compuesta en su gran mayoría por estudiantes, hombres y mujeres, niños y ancianos sentados en el suelo, vendedores ambulantes, amas de casa con niños en brazos, habitantes de la Unidad, transeúntes que se detuvieron a curiosear, los habituales mirones y muchas personas que vinieron a darse una asomadita…”. A Cuernavaca el suceso infausto llegó como un rumor siniestro que flotaba en el aire más allá del bosque de Tres Marías. El columnista trabajaba en la imprenta “América”, a tiro de piedra del puente de Amanalco. La Universidad Autónoma del Estado de Morelos entró en huelga, duró un año sin clases y el rector Teodoro Lavín González encabezó una manifestación de estudiantes. Dos o tres días después de la represión brutal en la explanada al sur de Garibaldi, los universitarios morelenses realizaron una marcha de protesta. Caminaron de la glorieta de Buenavista al Zócalo, enarbolaron las mismas banderas que el CNDH integrado por representantes de escuelas y facultades del Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Escuela Superior Normal de Maestros, la Universidad Autónoma de Chapingo y la Universidad Iberoamericana y otras instituciones: la derogación del artículo 145 bis del Código Penal (tipificado el delito de “disolución social”, el gobierno represor de Gustavo Díaz Ordaz tenía el pretexto para encarcelar a las voces disidentes) y la destitución de los jefes policíacos, generales Luis Cueto Ramírez, Raúl Mendiolea y teniente coronel Armando Frías… (Me leen después).

Por José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com

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