Si el presidente Andrés Manuel López Obrador se entera, se va a enojar. Mientras en 2019 la partida de la nueva oficina de la Gubernatura de Morelos será de 222 millones de pesos, la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), que es afectivamente más grande e importante, sólo recibirá 616 millones por concepto de su autonomía constitucional. Por eso, por la deuda que arrastra, el número creciente de trabajadores pensionados y jubilados y en general un presupuesto de la UAEM que con los años se quedó flaco, el bloqueo de ayer a Cuernavaca por parte del sindicato de trabajadores administrativos de la casa de estudios, comprensiblemente desesperados, pues no les han pagado dos catorcenas, ni el aguinaldo y otras prestaciones. Esta es la mala noticia, y la nueva, que, a partir de un presupuesto de ingresos de 24 mil millones de pesos, el paquete económico 2019 del Gobierno Estatal prevé una reducción de 53 millones en el gasto corriente y un incremento de 810 millones en la inversión pública. Pero si se trata de que en esta entidad la austeridad republicana de AMLO no se replica de manera total, es de destacar la excepción del Congreso del Estado, cuyo presidente de la Mesa Directiva, Alfonso de Jesús Sotelo Martínez, recientemente garantizó que los diputados locales no se asignarán el llamado bono de fin de año. Sitiada la ciudad, tapadas las entradas en las glorietas de la Paloma de la Paz, Emiliano Zapata y la avenida Plan de Ayala a la altura del Seguro Social, Cuernavaca revivió el juego de la oca de julio que podrá repetirse si a los trabajadores de la UAEM no les pagan lo que se les debe. La gente sufrió. ¿A dónde iban y de dónde venían tantas personas? Muchos en carros, camionetas, taxis, “rutas” y motos. Muchísimos caminando presurosos, bañados en sudor. Familias enteras varadas en las esquinas, aguardando impacientes el microbús que las llevara de regreso a casa. Pero tardaron horas para poder llegar, cada vez más parecida Cuernavaca al infierno vial del ex Distrito Federal. Lo que, vale decir, a las chavas y los chavos no les importa gran cosa. Matan el tiempo echando desmadre, confundidos los gritos, las palabritas y las palabrotas con los claxonazos estridentes y el ulular lastimero de la ambulancia que se acerca, sacadas inútilmente las manos del paramédico por la ventanilla para que le abran paso. Los carros van a vuelta de rueda. Paran, avanzan y retroceden. Tú que manejas, a tu esposa la agarró un dolor de panza. Le pasa todos los años por estas fechas, cuando comienza la ingesta de “antojitos” navideños. Te echa la culpa: “Ha de ser por la torta de romeritos que me compraste”. Y tú piensas que eso le pasa por tragona. Te desplazas unos pocos metros, vuelves a frenar y retrocedes otra vez. Tu mamá vive contigo, lo cual no tiene feliz a tu señora. Se preocupa por ti más que la dueña de tus quincenas. Son las diez y no llegas. Su nieta de doce años, que es tu hija, le dice que no te llevaste el celular, de modo que no tiene caso marcarte. Tu jefecita te conoce hasta el modo de andar, teme que tus amigotes te “sonsacaron” y que, para no variar, te fuiste de parranda. Pero tú, que lo único que quieres es llegar a casa, no hallas por dónde seguir. Vas bajando la avenida Morelos a la altura del Diario. Imposible continuar. Tienes suerte o eso crees, alcanzas a ver que el carril sur-norte está despejado, te las arreglas para dar vuelta en “u” y consigues llegar a donde empieza Nezahualcóyotl. De nada te sirve: nuevamente quedas embotellado. A ratos debes apagar el motor. Nadie avanza y tu carcacha amenaza calentarse. Para colmo, la gasolina está recara y hace semanas que tu jefe no te paga viáticos. Como puedes, consigues llegar a Acapantzingo. Sufriste pero ya pasaste Motolinía, bajaste por Leyva, seguiste por Rufino Tamayo y llegaste a Díaz Ordaz. De ahí a Tabachines será un brinco nomás, y una vez que agarres el libramiento no pararás hasta llegar a tu casa en Temixco. Para entonces llevas hora y media conduciendo. De tanto enclochar te duele la planta del pie izquierdo, tienes la espalda hecha cisco. En una de esas que paras observas a una gorda a la que le hacen “casita” para que haga pipí. Tú estás en las mismas: hace rato que te hizo efecto la botella de litro y medio. Por fortuna te falta poco para llegar a Tabachines. Dos cuadras solamente y estarás deslizándote en el libramiento de la autopista. Nuevamente calculaste mal. El Paso Exprés no te libra del embotellamiento. Caes en la cuenta que la de nosotros es una ciudad de primera, porque manejamos en primera y no alcanzamos a meter segunda. Coche pegado con coche, besándose las defensas (ahora se dice “facias”), hasta que al fin consigues llegar a tu hogar, dulce hogar. ¡Puf”!.. (Me leen después).

Por: José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com

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