Las cañadas de la antigua Cuauhnáhuac no son majestuosas a la manera de los volcanes que sobresalen en el horizonte. Su maravilla radica en una orografía hundida pero escondida por el inevitable y devastador crecimiento urbano. ¿Cuántas veces hemos transitado a pie o en automóvil y no percibimos su benéfica existencia, a la cual debemos el clima que hizo mundialmente famosa a la capital del estado de Morelos? Pasamos encima de ellas, las hemos llenado de desagües, las hemos utilizado como basureros, habitamos sus riberas desalojando flora y fauna, en fin, casi hemos acabado con semejante bendición. A las barrancas de Cuernavaca debemos devolverles su valor total. Buena parte de la calidad de vida de los cuernavacenses depende de que así ocurra y obtengamos resultados a corto plazo. Por eso debemos conocerlas. Desde las goteras del Chichinautzin hasta más allá de Temixco, el gran valle de Cuernavaca tiene alrededor de sesenta barrancas, convertida la capital en ciudad de eterna primavera por la regulación del clima gracias a sus cañadas. Una de las más importantes es la de Amanalco que en la conquista sirvió de defensa natural contra Hernán Cortés. En los inicios de los noventa Amanalco fue parcialmente rescatada; se construyó un andador de trescientos metros acondicionado como paseo turístico. La entrada es al lado de la vecindad casa de La Coronela y la caminata se prolonga hasta abajo del puente Porfirio Díaz, ahogados los ruidos del trajín de la ciudad al punto que sólo se escuchan los cantos de las aves y el agua que corre entre las piedras. Debajo del puente –una maravilla de ingeniería de finales del siglo XIX– se advierte la magnitud del valor natural y ambiental de las barrancas. En una breve descripción técnica, las cañadas capitalinas forman un gran cono de deyección que parte de la arista sur de la Sierra de Zempoala y se proyecta unos 20 kilómetros al sur, afuera de los límites del municipio de Cuernavaca y hasta Acatlipa, ya en Temixco. Las barrancas son también el paso de ríos permanentes y temporales, algunos cruzan la ciudad y se van uniendo poco a poco formando el río Apatlaco, el afluente del Amacuzac en la zona sur de la entidad. La presencia de las barrancas, junto a las corrientes de agua de los ríos y la vegetación, provoca el clima agradable para Cuernavaca y parte de Temixco, principalmente, en donde el gradiente térmico no muestra grandes oscilaciones durante el año. Esto se debe también a que el sistema de barrancas promueve el paso de vientos templados provenientes del norte que, al atravesarlas, genera un descenso de la temperatura creando un clima fresco. Por esta acción se considera que el sistema de barrancas actúa como un radiador que favorece la estabilidad de nuestro clima. Esto es muy fácil de comprobar: cuando nos alejamos de la influencia directa de las barrancas se nota un aumento de la temperatura porque existe una fuerte absorción de radiación solar, y esto, en la actual situación de Cuernavaca de reducción de áreas verdes, ha aumentado gravemente. Ubicado en 5.1 por ciento anual en promedio de los años setenta a los noventa del siglo pasado, el crecimiento acelerado y desordenado de la ciudad impuso una enorme presión sobre los ecosistemas y los recursos hidrológicos. Este desarrollo sin planeación y en la mayor parte fuera de la ley ha impactado a los recursos naturales vitales que son el orgullo de Cuernavaca, como el clima, el agua y la exuberante vegetación. Por si no fuera poco, bajo estos efectos dañinos los pueblos tradicionales de Cuernavaca han sido los que mayor impacto han sufrido desde el punto de vista ambiental y social... (Me leen después).

Por José Manuel Pérez Durán / jmperezduran@hotmail.com

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