A fines de los ochenta y principios de los noventa, se hizo común el deseo de que “ojalá México no se colombianice”. Inmerso en la violencia del narcotráfico que escalaría hasta llegar al terrorismo, el país de la cumbia se perfilaba a una crisis de gobierno. Años más adelante, los cuernavacenses rogábamos: “ojalá Cuernavaca no se acapulquee”. No pasó mucho y Acapulco se convirtió en una o la ciudad más peligrosa de México. Para imaginarla, recordemos la balacera de la noche del domingo 24 de abril de 2016. Empezó en Caleta, atacado por un grupo de mafiosos el hotel Alba Suites donde se hospedaban policías federales, en la zona tradicional que comprende las playas Caletilla y Caleta, las más populares entre los acapulqueños. También, la hospedería de este último nombre que fue de los sitios emblemáticos del puerto hasta la década de los sesenta, el hotel Boca Chica, recostado en el borde del canal que separa el litoral de la isla La Roqueta, y tierra adentro, la plaza de toros y la cancha de jaialai que el tiempo mandó al desuso. Rechazados los pistoleros por los federales y, según la versión oficial muerto uno de éstos, la persecución y el tiroteo corrieron por la avenida costera Miguel Alemán, pasaron al lado de la estatua del gran Germán Valdez, “Tin Tán”, el pachuco derrochador que ahí fondeaba su yate “Tintavento”; cruzaron el malecón, enfrente de la Plaza Juan N. Álvarez que mira al fondo la Catedral; siguieron por la zona dorada hasta la glorieta de la Diana Cazadora, en el inicio de la cuesta del Farallón, y llegaron hasta las inmediaciones de la colonia La Garita. Todo esto según las notas que dieron la vuelta al mundo, porque famoso era y es Acapulco debido a dos razones: durante medio siglo fue el principal destino turístico de México y uno de los preferidos del mundo, y porque va para treinta años que se convirtió en una de las ciudades más violentas del planeta. Fue aquella una noche de terror, de las más cruentas que recuerda el millón de acapulqueños, pretextada por autoridades locales como causa de la balacera la captura del líder del Cartel Independiente de Acapulco, Freddy del Valle Belder, alias “El Burro”, que pocos días antes había tenido lugar en Los Cabos, a mil 300 kilómetros de distancia de la bahía de Santa Lucía... A Morelos siempre le ha interesado cuanto sucede en Acapulco, bueno o malo y por infortunio hace décadas más malo que bueno. Un gran porcentaje de la población morelense tiene ADN guerrerense, hijos, nietos y bisnietos de hombres y mujeres de Guerrero que emigraron a la tierra de Zapata. Durante muchos años practicada por grupos de jóvenes de Cuernavaca, la tradición del “acapulcazo” arrancaba las tardes de viernes, inevitable la manejada por la carretera federal pues aún no existía la Autopista del Sol. Eran cinco o seis horas de viaje, dependiendo de si se conducía una carcacha o un auto veloz, pasando por Amacuzac, Iguala, el Cañón del Zopilote y Chilpancingo antes de tener a la vista las luces del puerto. El domingo, arrancaba el regreso después de la comida, o hasta el lunes muy tempranito para estar a tiempo en el trabajo o la escuela de Cuernavaca. Para las familias también era divertido el “acapulcazo”, felices los niños que se negaban a salirse de la alberca, alojados grandes y chicos en hoteles según el sapo la pedrada, los hoteles baratos del área de Caleta o los edificios de diez y más pisos de la zona dorada, pues en Acapulco siempre ha habido diversión al alcance de todos los bolsillos, para ricos y pobres. La tradición del viaje finsemanero continuó en los inicios de los noventa cuando fue construida la autopista, más rápido y cómodo el trayecto de tres o dos horas y media, y sobre todo la seguridad de una estancia tranquila porque la violencia del crimen organizado aún no se hacía presente en el puerto mexicano más hermoso del Pacífico. Hasta que a Felipe Calderón se le ocurrió “legitimizarse” como presidente de la República tras el fraude electoral de 2006, declarándole la guerra al narcotráfico, por estúpida, hasta hoy día fallida. Los mafiosos de la droga empezaron a asentarse en el puerto de playas doradas, Arturo Beltrán Leyva peleó a sangre y fuego la plaza de Acapulco, se la ganó a Joaquín “El Chapo” Guzmán y poco después se avecindó en Cuernavaca, donde sería ultimado en diciembre de 2009. Esa es otra historia, se podría decir, pero no. Que Cuernavaca se “acapulqueó” dan prueba los más de 800 asesinatos que registra Morelos en lo que va de este año. Una entidad “que no está ardiendo” pues “sólo tiene 10 municipios violentos”, según la deducción sesuda del comisionado de Seguridad Pública Estatal, José Antonio Ortiz Guarneros. Y sí: hay algunos que ni la burla perdonan… (Me leen mañana).

 

José Manuel Pérez Durán
jmperezduran@hotmail.com 

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