Mucha gente se pregunta: ¿La o las personas que mataron a los perros de Ocotepec están locas, tienen la mente retorcida? ¿Seguirá la matanza de canes?  ¿Cuernavaca está ante el caso de un desquiciado cuyo odio a los canes lo hace reaccionar matándolos? Perdida la capacidad de asombro de una sociedad “acostumbrada” a las notas recurrentes sobre asesinatos, decapitaciones, desmembramientos, ejecuciones, homicidios, feminicidios y otras expresiones de violencia criminal, la noticia del hallazgo de 25 canes muertos en Ocotepec, presuntamente envenenados, provocó una indignación punto menos que generalizada. Sucedió la mañana del jueves, horas antes de que por la noche fueron encontrados en la autopista La Pera-Cuautla, a la altura de Tepoztlán, los cadáveres de tres de seis hombres que habrían sido secuestrados en un bar de Chipitlán. Pero si este evento, por tener el sello de una ejecución mafiosa generó la hipótesis de la típica pelea de mafiosos, el asesinato masivo de los canes causó una indignación colectiva que en redes sociales sintetizó la frase de que los animalitos no merecían ser envenenados, pues no le hacían mal a nadie. Los cuernavacenses quieren al o los responsables en prisión, y ello sólo podrá suceder salvo que la autoridad no tenga responsabilidad en la autoría material o intelectual de la masacre de caninos, un hecho execrable del que no hay antecedente alguno en Cuernavaca… LAS barrancas, otra vez. En Cuernavaca tenemos dos bendiciones. Regularmente llueve de noche y muy seguido a cubetazos. Iluminado el horizonte por los relámpagos, pareciera que el cielo se va a caer, mientras que el agua baja a raudales en las cuestas y descarga en la otra bendición, las barrancas, así que rara vez tenemos inundaciones. A la mañana siguiente vuelve a brillar el sol, los pájaros se sacuden el agua de las plumas, cantan y la gente se imagina que las plantas también están cantando, alegres, alimentadas por la humedad y los rayos solares. Un paraíso que suele olvidársenos, pero que entraña riesgos.  Para los que no y para quienes sí lo saben, nuestro clima templado se debe –o más bien y tristemente dicho se debía– a la orografía en que está asentada la ciudad. Amanalco, Analco, la De los Caldos, Del Diablo, El Tecolote, Salto Chico y Salto Grande son cañadas o tramos de ramblas que hacen las veces de “productoras de humedad”. El microclima de las oquedades que mayoritariamente cruzan a Cuernavaca de norte a sur se da por la presencia de una flora abundante todo el año, por la presencia de los cuerpos de agua –muy contaminados– y la renovación temporal de unos y otros con la temporada de lluvias. Programas de recuperación de las barrancas ha habido desde que tenemos memoria. Los hay desde la construcción de plantas tratadoras de agua en los márgenes, para bloquear las aguas negras de las viviendas, hasta la reubicación de viviendas de familias en paupérrimas condiciones y crear varios andadores o paseos barranqueños. La idea es ambiciosa, nada nueva pero no descabellada. Sería trabajo de uno o dos trienios, pero, bien aprovechadas, las barrancas de Cuernavaca se convertirían en un atractivo turísticamente sustentable, y quizá con una intensa reforestación y limpieza del agua, retornaría el clima templado de la “eterna primavera”. Además, resulta urgente rescatar El Salto de San Antón. El olor a caca (perdón, pero a eso huele) ahuyenta a los visitantes despistados y a nativos descuidados que se atreven a darse una vuelta por el lugar.  A la distancia del mirador, no queremos imaginar qué tipo de “brisa” sale del torrente. Es un recurso natural destruido por la falta de previsión, sensibilidad, incompetencia y voracidad de los impulsores de la mancha urbana. ¿Cuánto cuestan tres, cuatro plantas depuradoras de agua? ¿Cuánto un drenaje cuyas aguas negras y de coliformes no vayan a dar a El Salto? Todo lo cual lo trae a cuento la enésima denuncia de que los desechos sólidos, las descargas de aguas negras e industriales son la principal contaminación en las barrancas del Área Natural Protegida de Barrancas Urbanas de Cuernavaca, que son las del sur las que están gravemente contaminadas. ¿Y? Si poco les ha importado a los cuernavacenses, menos a los funcionarios fuereños… CON respecto a la ubicación de la estatua de Emiliano Zapata, el atrilero opina que quedaría bien en la glorieta de Domingo Diez; que el “monumento de la semillita”, mucho menos apreciado que aquélla, lo muden a Gobernadores, cerca del Paso Exprés, o que, parodiando al presidente Andrés Manuel López Orador, el gobernador Cuauhtémoc Blanco Bravo haga una consulta popular… (Me leen después).

 

Por: José Manuel Pérez Durán

jmperezduran@hotmail.com

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